CAPÍTULO 61

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Hola, les recomiendo leer esa parte del capítulo con estas dos canciones. La primera con la de arriba y, cómo no puedo poner las dos juntas, pondré la segunda canción aquí para que la experiencia sea mejor. ¡Disfruten el capítulo!


FELICES POR SIEMPRE

HEAVEN

—¿Nunca te he dicho que soy el cofundador y principal accionista del club de BDSM más renombrado en todo país? —me atraganto con mi jugo al escuchar a Demian soltar eso de la nada, sin razón alguna, y comienzo a toser. Él palmea mi espalda con su brazo sano— Hey, tómalo con calma, fiera. No estás en condiciones de morir, ¿quién carajos me cuidaría si lo haces?

—Ya estas mucho mejor, no exagera. Además, solo me sorprendí, porque eso definitivamente no me lo esperaba —respondo. No tengo ni la más remota idea de cómo o por qué llegamos a esta conversación, pero lo sigo escuchando— ¿BDSM? Suena a un lugar lleno de sorpresas, interesante, algo exótico y adrenalínico, pero nada de mi tipo o gusto —acoto.

Él niega. —Tampoco son prácticas que me llenen sexualmente hablando, pero en los papeles está a mi nombre escrito y firmado, como en muchos otros lugares del país. No solo eso, también al morir mi padre vario de sus negocios legales quedaron a mi nombre y otros al de Hope, pero al ser aún menor de edad no puede heredarlos —lleva una tostada a su boca y le da un mordisco— No solo tengo ingresos por parte del crimen organizado, sino que por otros lados.

—En resumen, estás malditamente forrado en dinero por todos lados. —concluyo.

Mierda, ¿qué haría con tanto dinero? La verdadera pregunta es: ¿qué no haría? El mundo entero se mueve a base de este. Las personas, la justicia, la salud, la dignidad, los gobiernos, el poder y la ley flaquean y caen ante el mejor postor.

El dinero es sinónimo de poder. De autoridad. De felicidad, placer y gozo. Y hay un viejo dicho que dice: el que paga manda y el que lo recibe obedece cual lacayo fiel.

Ambición, el defecto más grande del humano. Jamás se será pleno porque siempre se sentirá como si algo faltara para llegar a la verdadera felicidad. Más, más, más y más... esa palabra nunca se borrará de nuestro vocabulario.

—Digamos que ya estaba forrado desde que nací. Nací rodeado de lujos, dinero y poder. Mi existencia ya estaba asegurada. Si deseaba algo, lo tenía —suelta una risa vacía—. Claramente lo que más deseaba no podía comprarlo.

Sus palabras me recuerdan a la conversación que tuvimos antes, donde él me dijo lo mismo sobre el precio de la vida que tuvo. Y es que, a mis ojos, siempre faltará algo. Siempre habrá alguna carencia que lleve a la imperfección de la vida mundana.

Puedes tener infinitos ceros en tu cuenta bancaria, pero careces de amor. Puedes tener todo el amor del mundo, pero careces de ceros en tu cuenta. O, en el peor de los casos y el más cotidiano, careces tanto de amor como de dinero.

Nuestras vidas siempre tendrán una carencia. Siempre habrá un vacío en alguna arista de esta. Nunca estará llena en cada sentido. Porque la vida, la realidad es así y es la condena del ser humano: la imperfección e infelicidad.

—¿Qué haces con tanto dinero? ¿Dónde carajos lo tienes?

—Mantengo mis negocios a raya, le pago a mis empleados, compro lo necesario para mantenernos a salvo: armas, municiones, bombas, ese tipo de mierdas, y con otra parte ayudo a distintas fundaciones para las personas más vulnerables del país —hace una pausa para comer—. Y aun con todo eso, me queda mucha pasta para hacer lo que quiera y comprar lo que quiera: autos, mansiones, penthouse, jet privados, yates, joyas, teléfonos, computadoras y mil mierdas más.

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