Rápidos y Odiosos

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—¡Mierda, deja de acelerar!, ¡vamos a morir!

—¡James!, ¡detente, detente!

—¿Ocurre un problema?

—Su licencia.

—¿Qué es esto?

—Un carnaval.

—¿Obra de teatro?

—¿Qué es esta cosa?

—Lo mejor que han probado en su vida.

—¡Suban, suban!

—Los declaro marido y mujer.

Marido y mujer.

Marido y mujer.

Marido y mujer.

—¡¿Qué pasó?!

Me levanté de golpe, sintiendo como si la canica que tengo por cerebro se sacudiera dentro de mí rebotando a su gusto.Me quejé en seguida.

Quise estirar mi mano y sentí algo rugoso en ellas, agarré la hoja de papel y me di cuenta que era mi lista. ¿Por qué la tendría ahí? Normalmente la tengo guardada en mi cartera, ¿qué hacía yo con ella ayer?

Gruñí por el dolor de cabeza y comencé a leer la lista, la número quince y dieciséis estaban marcadas como hechas y la esquina superior estaba algo doblada y arrugada.

Me levanté con cuidado y dispuesta a encontrar a los demás chicos.

Bajé las escaleras y estos estaban dormidos tranquilamente en la sala, ¿ellos estarán igual que yo?

Caminé a ellos ideando como despertarlos.

Piensa Ayleen, piensa... oh.

Sonreí traviesa al ver el megáfono de James siendo sostenido por él mientras dormía, se lo quité de las manos cuidando de no despertarlo si no arruinaría mi plan y lo encendí al último botón que mi corazón dictó.

Tomé el megáfono y lo elevé en alto tapando mis oídos preparada para hacer el máximo ruido posible.

—¡Es hora de levantarse, despierten, despierten!

En seguida sus cuerpos se agitaron chillando asustados y con dolor de resaca.

Hum, resaca... ellos también tienen, esto me deja más en claro que tal vez lo otro no haya sido sólo un sueño.

—Maldita, perra.—gruñó Mahogany tomando su cabeza entre sus manos, optando por llamarme de esa linda manera que ha adoptado de decirme.

—Eres una idiota, Ayleen.—Tyler se encogió en su lugar, abrazándose como si fuera un ex militar de la guerra.

Ay... no fui tan ruda... creo.

—La culpa la tiene James.—lo señalé a James librándome de la culpa.

—Claro, como a mí me encanta levantarme a mí y a los demás con megáfono teniendo resaca.—me sonríe.

Le correspondo la sonrisa falsa y hablo.

—¿Qué pasó ayer?

—Eso es una película.

—¡No! Bueno sí... ¡pero yo no hablo de eso!.

—Ah, ¿entonces?

—¿Qué pasó ayer? O, más bien... ¿qué hicimos ayer?

—No sé tú, pero yo estoy normalito.—Tyler sonrió como un niño pequeño.

Cuando ya no este ; Hayes GrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora