Capítulo 2

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—¿Qué le podría hacer a Aster? —le pregunto a Salem. Él come su comida con tranquilidad, sin malicia. Al menos regresó enseguida esta vez y no me tocó ir a buscarlo—. Tal vez podría hacerle lo mismo que...

La puerta de la casa se abre de una sola, dejando entrar a un Rafael molesto y cubierto de nieve. Se saca la chompa para dejarla sobre el perchero. Su frustración aumenta cuando nos ve a Salem y a mí almorzando.

—Baja al gato de la mesa.

Lo hago, a medias, poniéndolo en la silla de al lado.

—Dije que bajes al gato.

—Debería tener un puesto especial —me quejo. Lo dejo en el suelo junto a su comida.

—Eso no importa ahora. No puedo creer que te hayan suspendido del instituto en tu primer día. —Se sienta a mi lado, con su respiración agitada porque se controla de gritar—. Al fin conseguí cita con esa directora...

—Ya veo que andas en el negocio.

—No esa cita, Kaden. Hablo de la cita para tratar el tema de tu suspensión. Esa mujer no ha sido nada amable. Me dio apenas cinco minutos, cinco minutos en los que me regañó y no me dejó defenderme.

—¿Verdad que es mala?

—Sí, demasiado. El punto es que no puedes andar golpeando personas cuando se te dé la gana.

—Lo hice por defender a alguien.

—Kaden —suspira, frotándose el puente de la nariz—. Esa mentira te la creía a los dieciséis, cuando apenas te conocía. Ya vas a cumplir dieciocho.

—No es una mentira. Pero me imagino que tu mente cerrada no quiere aceptar algo más que no sea de la normativa, ¿cierto?

—Tú me has dado motivos para no creerte. Dime, ¿cómo quieres que confíe en ti, si antes me llamaban a la dirección cada dos días? ¡Te traje aquí para que cambies, no para que sigas con las mismas actitudes de adolescente inmaduro!

El silencio se propaga por todas partes, incluso Salem se queda inmóvil a la espera de que alguien diga algo. Siento que una parte mía se golpeó, pero enseguida la cubro para no tener que descubrir lo que ocurrió.

El timbre suena como un eco ensordecedor. Empujo mi comida para levantarme de la mesa. Naomi está en la entrada con el cuaderno que le pedí que robara, o más bien, le ordené que robara y lo hizo. Luce tensa, quizá por haberlo robado o solo porque así es ella. En cualquier caso, le hago pasar a la casa, señalando dónde está mi habitación. Salem sube conmigo, dejando a Rafael en la mesa, quien todavía tiene la cabeza gacha.

Quise decirle mil cosas en ese momento, las mil cosas que ya le he dicho antes. Pero me contuve porque cada pelea con él solo trae viejos recuerdos que están enterrados en el fondo de mi ser. Aquellos recuerdos solo me hieren y me hacen mostrar mi lado débil.

—Es la primera y última vez que robo algo —sentencia en voz baja.

—¿Nunca has robado nada?

—No, ni un lápiz. ¿Tú sí?

—Por situaciones extraordinarias.

Eso significa que muchas veces porque sí y otras porque necesitaba. Ocho de cada diez robos que cometí en mi vida fueron por necesidad. Pero qué más da. Eso quedó en el pasado.

—¿Me vas a decir por qué necesitas el cuaderno de Travis?

—Depende de si puedes guardar un secreto. —Abro mi armario y saco una botella de cerveza. Necesito olvidar la discusión con Rafael para centrarme en esto.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora