Capítulo 3

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—No puedes ser agradable siendo hijo de una loca —me grita una mujer.

—Tú también los mataste —me acusa un niño.

—Eres un monstruo, no mereces nada bueno —declara una anciana.

Las personas empiezan a acumularse a mi alrededor, rodeándome por todas partes. Solo me agacho en el suelo, temblando a más no poder. Sus gritos de quejas me hieren los tímpanos, se clavan en mi pecho como alfileres que buscan dañarme.

—Arránquenle el corazón como ella lo hizo con otros.

Siento manos sobre mi cuerpo, manos frías como si fuesen muertos. Un sonido da inicio por todas partes, como si mis huesos se rompieran, cada vez más fuerte hasta que consigue despertarme.

Al abrir los ojos en la oscuridad de mi habitación, también escucho la ventana siendo golpeada. Me incorporo enseguida para ver únicamente a una sombra perdiéndose. Al acercarme, el maldito farol titilante no ilumina nada más que una calle vacía. Aunque, por otro lado, ilumina sobre del Emisario pegado en mi ventana.

Me seco el sudor de mi cuerpo por la maldita pesadilla que acabo de tener. Todas esas personas, todos esos rostros fueron de quienes conocí en el pasado. Fueron personas que supieron más de lo que debían y me quisieron enterrar vivo en los errores de mi madre.

Antes de abrir la ventana me coloco una sudadera. Enseguida abro el sobre, percibiendo el mismo olor nauseabundo de la primera vez.

¿Hacemos una competencia? El que mate primero a alguien, gana. No se vale concursar con los que asesinaste en el pasado.

El viento me hace temblar. O eso espero, porque no quiero temblar debido a la carta de algún bromista. Esto es una broma, es lo que me digo. Debe ser de alguien del instituto que me agarró rencor, quizá del puto Travis que se las ingenia de alguna manera. No hay forma de que sepan mi vida pasada, tengo la esperanza de que esta vez sea así.

Me pongo calzado y un pantalón. Agarro mis tabacos y salgo de la casa por la ventana de mi habitación que da con un árbol, teniendo cuidado con mis manos lastimadas. Me importa una mierda el toque de queda. Necesito fumar, necesito despejar mi mente sin despertar a Rafael. El cigarrillo parece ser un despertador automático para mi tío, así que es mejor irme a un lugar vacío para estar solo y para que Salem no esté en contacto con el humo.

Había oído de un lago cercano, uno muy limpio y silencioso. Camino y camino lo más rápido que puedo, haciendo un esfuerzo por eliminar mis pensamientos confusos que me incitan a agarrar mis maletas y largarme a otro lado. Rafael estaba equivocado cuando dijo que mudarnos me haría bien.

No tardo nada en llegar. Hay varios árboles a su alrededor. Me subo en uno para sentarme en las ramas. Es algo que solía hacer de pequeño, y lo adopté de grande para poder ver las cosas lejanas cuando fumaba. Los árboles de alrededor no me dejan ver mucho, pero la luna de hoy ilumina el paisaje de una manera hermosa.

Enciendo el cigarro, inhalando lo que más puedo. Aún se me hace un poco extraño que ya esté tan acostumbrado a esto. Hace casi dos años empecé a beber, y meses más tarde a fumar. Recuerdo que fue por mi supuesto cumpleaños dieciséis, antes de que Rafael apareciera en mi vida. Por aquel entonces yo vivía en Tenéricus, una ciudad repleta de tanto crimen que cualquier vecino podría haber sido un ladrón. Allí me juntaba con un grupo de adolescentes que estaban en una banda, y por una situación que no vale la pena mencionar, terminé bebiendo alcohol. Me gustó mucho, no la parte del sabor, sino de lo que se sentía, esa relajación y desconexión del cuerpo. La vida no era tan cruel si no sabía que estaba en ella.

Me relajo en unos minutos, lo que solo me deja con un par de dudas: cómo encontrar al autor o autora de las cartas, por qué a mí, qué me pasó cuando Aster confesó que le resulté agradable.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora