Capítulo 34

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Por fortuna, los doctores que atendieron el corte en mi antebrazo derecho —del ataque en el diner— sabían lo que hacían. No hay alguna marca visible por las suturas que me quitaron hace tiempo, y mis tatuajes están intactos. Extiendo el brazo que acabo de mencionar cuando la enfermera se acerca con el kit de muestras. Me coloca una cosa que hace presión en el brazo, remarcando las venas poco visibles en mi antebrazo, y acentuando mucho más las de mis manos que se ven a simple vista. Extrae la sangre en menos de dos minutos y la separa con mi nombre.

—Recapitulemos —me dice, tomando la tabla con clip en la que he anotado mis datos—. ¿Te hiciste una prueba hace dos meses, que dio negativo a todo? ¿Y no has tenido actividad sexual en el mismo lapso de tiempo?

—Así es.

Asiente. Anota algo en la hoja.

—Bien. Te enviaremos los resultados en un par de días al correo electrónico que nos facilitaste.

Me coloco mi abrigo y salgo del centro de salud.

La última prueba de infecciones me la hice a inicios de diciembre, dos días antes de mudarme a este pueblo. Me la hice principalmente porque en la final de boxeo del veintisiete de noviembre, me golpearon con todo lo habido y por haber, cortando mi piel con cosas que pudieron haber estado en la basura. Salió todo negativo, pero sé que en un par de días no es posible detectar mucho. La repito ahora por si acaso salieron falsos negativos en ese entonces. No vaya a ser que esté infectado con algo y en ese torneo del viernes alguien entre en contacto con mi sangre, porque de que habrá sangre, habrá sangre.

Camino hacia la casa de Naomi, yendo apropósito por la nieve. El sentir que mis pies se hunden en ella me hace recordar a mi niñez y que aún adoro la nieve. Una parte de mí me pide que haga un muñeco de nieve, pero... no, eso era cosa de niños. Me enciendo un tabaco que me dura todo el trayecto hasta ese lugar en donde ya no puedo fumar. Allí veo a los demás, despidiéndose de ella.

Naomi se ha retirado todas sus trenzas, mostrando sus rizos peinados que le llegan un poco más debajo de los hombros. Naomi se ve nerviosa a la par que decidida de esto.

—Creí que no vendrías —admite Naomi al verme.

—Yo también creí eso, pero aquí estoy.

Ella es de abrazos, así que hago un esfuerzo por darle uno. Maddie aplaude por lo bajo al verme haciendo esto, añadiendo una sonrisita. Sus madres están con ella, un poco cautelosas de mí. Al separarme de Naomi, ella tiene los ojos aguados.

—Los voy a extrañar —dice—. Traten de ser eficaces en el misterio sin mí. —Me mira seriamente—. Trata de no morir por cualquier tontería.

—Estaré bien. Tú céntrate en ti.

Naomi se va a internar en un centro psicológico de Trébol Dorado por un par de días, una decisión suya para buscar ayuda. Quiere volver a encontrarse consigo misma para aseverar quién es como persona, para minimizar la disforia que ha ido aumentando en los meses que ha estado aquí. Es bastante optimista en que va a progresar, y con ayuda de... su gente cercana, le veo un buen futuro en el que será una mejor versión de sí misma. Ella asegura que volverá para mejor.

Nos da un último abrazo a todos, agradeciendo por estar en su vida y que nos quiere mucho. Me asombra la facilidad con la que lo dice a pesar de juntarnos muy poco tiempo. Se sube al auto de su madre. Angélica y ella se despiden con la mano mientras el auto arranca hacia la ciudad. Me fijo en que Hadley tiene los ojos aguados, intentando fingir indiferencia.

—Sé que estará bien —dice Hadley en voz alta—. Ella es muy fuerte.

Aster mira el auto alejarse. Se le nota pensativo y un poco triste, desde ya echando de menos a Naomi. Se fuerza a sonreír un poco, apegando su cabeza a mi hombro. Maddie y sus mamás se marchan del lugar, dejándonos a los tres que contemplamos lo último de la sombra de ese automóvil. He de admitir que me causa algo en el pecho su partida, y tal vez extrañe su astucia para los misterios y su compañía en momentos complicados.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora