Capítulo 14

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Ponerme a beber alcohol no es una buena idea, no cuando necesito dormir y descansar. Sé que no es buena idea, pero mi cuerpo me lo pide, lo ansía. Es una necesidad para cuando me siento ansioso, o estresado, o triste, o lo que sea que me disguste. Me saca de ese círculo emocional, relajándome por completo y brindándome paz. Diría que... me da felicidad, así lo sentí la primera vez que me emborraché. Me sentí en un lugar seguro después de tantos meses de sufrimiento por un idiota que nunca debió importarme.

Agarro la botella de vodka y bebo un par de sorbos. Solo debo esperar a que los efectos lleguen en unos minutos y me sentiré normal de nuevo. Eso espero.

La puerta de mi habitación se abre de repente, no bruscamente, cosa buena. Escondo la botella a un lado de mi cama cuando Rafael entra con sumo cuidado cual explorador entra a territorio de leones. Finjo estar estirando los brazos para desestresarme, y me acomodo mejor sobre el borde de la cama. Luego hago como que me revisara la zona en la que me retiraron ayer las suturas del brazo.

—Tenemos que hablar —afirma con voz firme y amable. Se sienta al lado mío, así que ve la botella a mi lado. No lo menciona—. ¿Te sientes bien?

—Sí.

—¿Podrías no mentir? Yo... he notado cambios en tu comportamiento, y lo del otro día me dejó muy preocupado. Te encerraste aquí, sin comer, creo que sin dormir, solo bebiendo. ¿Qué me ocultas ahora?

—Nada. Fue solo un bajón de ánimo.

—¿Igual que hace años? —Deja escapar un suspiro—. No he olvidado ese día que llegaste a casa luego de dos días sin aparecer. Estabas ebrio, llorabas como nunca jamás te había visto hacerlo... y te encerraste por otros dos días para luego fingir que nada pasó, incluso si te desmayaste y tuve que llevarte al hospital.

Cómo olvidarlo. Fue cuando él se enteró de mis amigos, de algunas fiestas a las que iba, de que bebía como loco. No comí mucho en esos cuatro días, solo bebí... mi falta de resistencia me salió caro al desmayarme; Rafael tuvo que tirar la puerta para sacarme y llevarme al hospital. Hasta ese día lo oculté muy bien, ninguno sospechó nada, siempre estaba precavido. Pero en cuanto vi esa foto en Instagram, con aquella frase, perdí toda mi conciencia. Apenas pasaron once meses del incidente, once meses que no sirvieron para superarlo.

—Te conseguí cita con un psicólogo —continúa—. Necesitas apoyo...

—Fue un bajón de ánimo, es todo.

—No, no fue todo. Has llegado a mi límite de tolerancia. Creí que darte tu espacio sería lo mejor, pero lo único que has hecho es abusar de eso y hacer lo que se te paga en gana sin pensar en las consecuencias. Vas a ir al psicólogo y punto.

—No eres mi papá —asevero, con el enojo naciente—. Tú no puedes decirme qué hacer, mucho menos cuando una parte de ti me detesta.

—No soy tu padre, pero soy tu tutor legal, y me importas.

—Pues me interesa un comino si eres mi tutor o el puto presidente. —Me pongo de pie para mirarlo desde arriba—. Dejé de asistir a esos charlatanes desde los quince, no pienso regresar. ¡No estoy roto! Los psicólogos son para gente con problemas, y yo no los tengo.

—Sí que los tienes, empezando por tu adicción.

—No tengo ninguna adicción. Yo...

—Los adictos niegan que tienen una. —También se pone en pie, tratando de tocar mis hombros. Lo aparto de un manotazo, retrocediendo unos pasos—. Y no es solo la adicción. Tienes comportamientos que... no sé ni cómo decirlos. Los chicos con los que tú...

—¿No sabes cómo decirlos? ¿¡Estás hablando de tu puta homofobia!? Ya lo has dejado muy claro en otras ocasiones. ¿Por qué no huyes como lo hiciste hace años? ¡Te largas de la vida de los demás cuando no te gusta algo!

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora