Dos veces en el hospital en menos de un mes.
Es mi mayor récord, y espero no tener que romperlo nunca.
La enfermera termina de cambiar los apósitos de mis suturas recientes luego de haberme quitado los puntos de la herida ya cerrada de mi cabeza. Luego ajusta los antibióticos intravenosos y sale de mi habitación.
Me coloco bien la bata para no tener que ver aquello en mi pecho y en mi muslo. Lo único que delata que casi muero es la férula en mi muñeca izquierda.
Ya han pasado tres días de esa noche y no he sabido nada aparte de que Daniela y él y todos los demás siguen vivos. Me privaron de visitas hasta que me recupere por completo y la policía estuvo interrogándome todo el fin de semana. Eso ha sido más tortura que tener que resistir de nuevo la abstinencia, esta vez más leve.
Las pesadillas me han seguido cada noche, repitiendo lo que descubrí en la casa de Dalila y la forma en la que ella terminó. Lo que más me atormenta es esto último, ya que recuerdo que una parte de mí quería dejar que ardiese hasta la muerte. No me siento ni culpable ni satisfecho, es un limbo raro porque ella hizo mucho daño a las personas, planeaba descuartizarnos y enterrarnos en una fosa. Esa mujer estaba enferma.
La única ventaja de esto fue que tuve otra epifanía. Me di cuenta que no viví mi vida como debí, me perdí mi infancia y mi juventud por los errores de otros y por los míos. El tiempo pasó sin que lo aprovechara, sin que hiciera algo por mí, ya que siempre trataba de dar buenas apariencias, ser «el mejor» cuando no lo era, esperar los halagos para llenar el vacío de insuficiencia que me generó la vida. Viví por y para para los demás sin darme cuenta. Apenas estos meses he podido reencontrarme e intentar hacer algún cambio.
A lo mejor por eso no pude dejar mi adicción. Recuerdo que la terapeuta de Andalucrés me dijo que diera el paso por mí, no por los demás. Y no le hice caso. Me mantuve sobrio por lo sucedido con Rafael; para que él no se alejara ni para que mis amigas lo hicieran. Y lo he pensado, y en realidad yo sí quiero estar sobrio, toqué fondo y me di cuenta de que las sustancias en excesos no me llevaron a nada bueno ni lo harán, y debo decidir mantenerme sobrio para hacerme feliz a mí. Para poder disfrutar de una vida calmada junto a las personas que amo. E incluso si me quedo solo, para no estancarme en la soledad acompañada por el alcohol.
Al fijarme en la puerta de cristal, veo a una enfermera guiando a tres chicas a mi habitación. La puerta se abre y Naomi se apresura a abrazarme con toda la fuerza del mundo, ignorando mi dolor y quejas. Sus rizos me hacen cosquillas en la cara y su perfume me reconforta. Le devuelvo el abrazo.
La siguiente en abrazarme es Hadley, esta vez más calmado. Daniela se limita a quedarse apartada en una esquina, sonriendo y asintiendo.
—Venciste al Emisario —afirma Naomi, sentándose en una silla junto a mi cama—. Lo lograste.
—Lo logramos —le corrijo, sonriendo un poco—. Escúchenme bien porque no lo repetiré de nuevo: hicimos un trabajo en equipo, todos vencimos a la perra de Dalila. Gracias por llamar a la policía.
—Nosotros no lo hicimos —dice Hadley—, al menos no como para que llegasen a tiempo. Oímos que los atraparon, pero la grabación se cortó cuando alguien dijo. —Carraspea y agrava su voz—: «Micrófonos de amateurs». Llamamos, sí, pero nos dijeron que ya estaban en ello.
Miro a Daniela para que me explique cómo carajos sigue viva.
—Nos metieron a una furgoneta y estábamos de camino a algún lugar cuando se detuvo de pronto. Hubo una balacera fuera, y tras unos minutos, la policía nos sacó. Les dije que tú seguías allá en esa casa, y me contestaron que Fields y su equipo se encargaban.
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Máscara Fragmentada
RandomKaden no tuvo una madre convencional: ella fue una asesina que cobró la vida de varias personas. Tras una serie de eventos sangrientos y años complicados en orfanatos, termina viviendo con su tío, quien, al sorprender a Kaden en una situación compr...