50 horas sobrio (lo que se traduce como dos días y dos horas, para los tarados que no sepan del tiempo).
Mi irritabilidad ha aumentado. Todo, en general: hambre, sed, abatimiento, insomnio, deseo de consumir. Cualquier cosa me pone de los nervios, un sonido, una luz, estoy en constante alerta y con una sensación de ansiedad casi todo el tiempo.
Y también han aumentado las ganas de follarme a Aster.
Él sale de su turno de la ducha con apenas una toalla enrollada en su cintura. Lo devoro discretamente con la mirada, fingiendo que miro a mi teléfono mientras me relajo sobre su cama. Su piel brilla ligeramente por la humedad restante en su precioso cuerpo; el cabello le cae por la frente y se lo sacude apenas, con un movimiento grácil.
Podría levantarme y desnudarlo, echarlo a la cama y follármelo rápido antes de ir al maldito instituto. Pero me aguanto porque aún quedan cosas por hablar.
—¿Seguiremos ignorando el elefante en la habitación? —inquiero.
Él frunce el ceño mientras camina a su clóset. Carajo... Su espalda, con pecas en los hombros... Aparto la vista cuando deja caer la toalla para empezar a vestirse. En circunstancias normales lo tomaría como una provocación, pero... no ahora.
Enciende la secadora y le da forma a su cabello, ignorando el tema, de nuevo. Mencioné lo del golpe una vez más mientras veíamos películas y comíamos nachos con queso. Fue un comentario que prefirió patear al poner más atención a la pantalla e ignorar el mundo. He notado que quiere hablarlo, solo que cuando lo intenta, es como si Juliette le gritase en su cabeza que se calle o lo quemará con ácido.
—No fue más que un golpe —dice finalmente. Mete unos cuadernos en su mochila.
—No es así. Tú... le tenías miedo, apenas podías mirarla.
Aster se estremece al escuchar el auto de Juliette saliendo del garaje.
—¿Lo ves?
Al menos esa bruja se desapareció el domingo, quién sabe adónde fue, pero no rondó la casa hasta pasada la medianoche que fue cuando llegó.
Él carga su mochila con un hombro y se da vuelta, listo para el día. Me hace señas para que le siga. Me despido de Salem, recojo mi mochila y bajo las escaleras directo a la cocina para robarme un paquete de oreos grande. Aster me mira juzgón.
—Dijiste que me sintiera como en casa —le digo—. Tu desayuno estuvo bueno, pero tengo el hambre de un pelotón en guerra.
Aster es el primero en salir.
Me quedo pasmado unos segundos al mirar al exterior. No he salido desde que Aster me trajo aquí. Pareciera que el aire fresco me va a destrozar la piel y me va a asfixiar. Emboco una galleta dulce y doy pasos rápidos hasta salir. El vientecito fresco de inicios de primavera me da en la cara, llenando mis pulmones de aire puro y no de un usual humo de cigarrillo que estaría tragándome ahora.
La nieve ha desaparecido casi por completo, dejando ver la hierba muerta y algunos retoños de vida vegetal. Incluso algunos árboles que no eran de frío van recuperándose poco a poco. Pronto, este pueblo estará lleno de vida verde y aire floral. O al menos eso decía en mi investigación de hace años cuando se suponía que iba a venir aquí: «disfruta de las mejores brisas», decía el artículo, aunque ese era más una comparación de turismo con Valle Cascadas.
—Ya estoy acostumbrado —suelta a varios metros de distancia—. Es su manera de educarme.
—El que estés acostumbrado no significa que esté bien. Al menos mi mamá me enseñó eso de la vida: los padres no deberían golpear a sus hijos.
ESTÁS LEYENDO
Máscara Fragmentada
RandomKaden no tuvo una madre convencional: ella fue una asesina que cobró la vida de varias personas. Tras una serie de eventos sangrientos y años complicados en orfanatos, termina viviendo con su tío, quien, al sorprender a Kaden en una situación compr...