Capítulo 19

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Tres días más para que se cumpla otro año de la muerte de papá. Un 16 de enero de 2012 mi madre lo asesinó, luego de haberlo buscado por dos semanas desde que él casi nos mata a ambos. Ese día que Patrick nos agredió, es otro que recuerdo a la perfección, solo que me he esforzado por cubrirlo con una manta, debido a las imágenes y palabras fuertes que me impactaron a esa corta edad, cuando faltaban apenas tres días para Noche Vieja y despedir el 2011.

He pensado en ese día veintiocho de diciembre desde lo sucedido en la mansión. Yo era feliz, la voz de los parlantes tenía razón. Lo fui hasta ese día que vi a Margaret con papá en aquel día helado de inicios de diciembre. Al decirle a mamá, ella parecía triste, pero se recompuso, y vivíamos como siempre, al menos, hasta esa noche que empezaron a discutir por las cosas ilícitas que Patrick hacía.

Me pregunto si el Emisario hará alguna cosa macabra por el «aniversario» de la muerte de Patrick. Espero que no. Aunque siempre es todo lo contrario a lo que yo quiero. Una parte de mí teme de lo podría pasar, pero la otra, la que aplasta los sentimientos, me recuerda que nada puede ser peor que esto. Hasta ya me he hecho a la idea de que pronto descubrirán mi identidad y será cuando me vaya. Tengo protección del estado para que me reubiquen cuantas veces sea necesario, los jueces me dieron ese poder debido a las tantas amenazas de muerte que llegaron a mi casa luego de que condenaran a mamá a cadena perpetua.

Continúo golpeando el saco de boxeo, hundido en mis propios pensamientos y en viejos recuerdos de algunos torneos. Mi primer torneo de boxeo fue uno limpio, normal, con árbitros y todo, solo para practicar, y al ver que se me daba bien, me unieron los clandestinos. En ellos se apostaba una buena lana, aunque el precio por ganarla no era barato. La única ventaja posible era que nos dejaban en grupos de edades: de catorce a quince, de dieciséis a veintiuno, y así sucesivamente. Todo eso era duro, cruel, pero servía para drenar las emociones, para romperle la cara a alguien cualquiera.

Mi furia va en aumento cada que recuerdo aquello que pensé luego de salir corriendo de la mansión, cuando esa vocecita interna me empieza a retumbar en los oídos: «Asesino».

Al sentir un toqueteo en mi hombro, me volteo soltando un golpe al aire sin siquiera pensarlo. Fue instintivo, y enseguida caigo en cuenta de que estoy en el gimnasio del pueblo, no en un ring de pelea. Soy consciente de mi respiración agitada, aunque se agrava al ver a Aster frente a mí, sujetando un palo con el que me tocó el hombro.

—¡Te dije que podría matarme! —grita la encargada del local, específicamente le grita a Aster—. Gracias por detenerlo.

Aster no dice nada, solo sujeta el palo con fuerza para defenderse. Su rostro está algo sudado, señal de que ya lleva aquí un buen de tiempo sin que lo haya notado. No trae lentes y está vestido con una camiseta blanca, sin ningún diseño de los que usa, un short deportivo, además de las zapatillas blancas. Sus ojos bajan a mis manos, viendo mis nudillos lastimados al rojo vivo por lo que he estado haciendo en estos minutos.

—Con hablar bastaba —digo en tono cortante mientras me seco el sudor de mi frente.

—Sordo como siempre. —Frunce sus labios cuando lo fulmino con la mirada—. Algo me decía que ibas a reaccionar mal, así que agarré el palito. Mejor que lo hice, porque si no...

Otro silencio en medio de los dos. Observo que a mi alrededor hay algunas personas entrenando, no muchas, pero sí es más de lo normal: o sea, nadie.

—No sabía que entrenabas tan a fondo —le digo. Me dirijo a los baños, quitándome las vendas en el camino. Él me sigue a unos pasos de distancia.

—Alguien tiene que aprovechar la mensualidad dos por uno que vence mañana. Desde que peleaste con Travis hace casi un mes, ya no tengo compañero. —Me mira a modo de reproche, pero lo ignoro para lavarme las manos y aminorar el dolor—. Mamá se ofreció a pagar el gimnasio cuando le comenté que Travis se puso una meta, no por otros, sino por sí mismo, porque él quería cambiar. Llevábamos dos meses de esfuerzo.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora