Capítulo 66

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Lo último que quiero en este momento es levantarme de la cama. Aster se quedó a dormir conmigo. Como su madre se larga a la ciudad, nada le impidió quedarse. Aunque ahora insiste en levantarnos porque ya mismo es la hora para reunirse con Travis y hackear su computadora.

Mis brazos presionan su cuerpo contra el mío, mientras reparto besos suaves por su mejilla. Deja de hablar unos momentos en los que aprovecho para enredar mis piernas con las suyas y hundir mi rostro en su cuello. Él me acaricia el cabello, y eso cada vez me hunde en el sueño...

—Kaden —me dice, moviéndose un poco.

—Mmmm...

—Me quitas el aire. Y tenemos que movernos.

Aflojo un poco mis brazos, todo en general, pero me niego a abrir los ojos. Estoy muy cansado, demasiado, como si hubiera estado en el gimnasio por varias horas por varios días. O como si me hubieran dado una paliza a muerte en uno de los torneos de box callejero. Debe ser producto de la puta abstinencia, ya que no he dormido bien por la sensación de ansiedad constante.

—Solo cierra los ojos y duérmete —bisbiseo.

Se ríe.

—Tú me presionaste para que tenga esta reunión con Travis y ahora no quieres levantarte.

Salem maúlla desde la puerta, ordenándome que me ponga de pie para alimentarlo como corresponde.

—Seguro Travis es el asesino —me quejo—. No va a irse si dormimos unos minutos más.

Pone sus manos en mi pecho y me empuja con fuerza para separarse de mí. Me fuerzo a abrir los ojos para reprocharle su comportamiento.

—O te levantas ahora —me amenaza— o te dejo aquí. No me hago problema si debo hacer el trabajo solo con Hadley. —Entonces me acaricia la mejilla—. Elige la primera opción. El saber que estás al otro lado del teléfono me hará evitar ser tan torpe como de costumbre.

«Para acabar con esta locura —pienso—. Para ser libres y estar en paz».

—Está bien —acepto.

—¿Podrías prestarme ropa? No pensé que iba a quedarme hasta hoy.

—Claro. Usa lo que quieras.

Consigo levantarme por las justas para tomar una ducha, cepillarme los dientes y alimentar a mi gatuno amigo. El día me castiga con una hermosa mañana iluminada por el sol de primavera con su intenso brillo para cegar mis ojos. Al menos, el desayuno que hace Aster me da un poco de energía para no morir al tercer paso una vez hayamos salido. Y también el verlo me anima: se ha puesto una sudadera blanca con jeans azul pálido, un beanie gris que ni sabía que tenía y sus lentes. Es la primera vez que le veo usar una sudadera, y le queda genial, todo lo queda genial.

Faltando poco para acabar la comida, el timbre suena. Me levanto para abrir la puerta, no sin antes cerciorarme mil veces que no haya una persona con un hacha. Es un repartidor uniformado con el logo de su compañía. Me entrega el paquete que pedí compulsivamente en un momento de desesperación y me hace firmar el recibido.

—¿Qué es eso? —me pregunta Aster, que está embocando lo último de su plato.

—Pinturas... para el dragón.

Me apresuro a subir a mi cuarto y esconder el paquete en el fondo de mi armario. Con suerte, la desesperación del otro día desaparecerá y puede que una rata aparezca en la casa y destroce el cartón y lo que contiene.

—¿Tú sabes pintar?

—Sí —respondo. Me ofrezco a lavar los trastes para intentar no pensar en nada relevante—. Lo básico sobre la cerámica. Fue lo que mamá me enseñó.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora