Capítulo 10

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Me he atrevido a tantas cosas inmorales, que una simple búsqueda en internet parecería fácil, pero no lo es, no cuando se trata de desenterrar un pasado turbulento.

Ayer, luego de regresar con Salem, me quedé frente al computador por varias horas sin teclear nada. Me di cuenta de que hice lo contrario que hace muchos años, cuando solo revisaba información de los casos para tratar de hacerme a la idea de que mamá los mató a todos. Por ese entonces también revisaba cosas de mí: personas defendiéndome y otras deseándome la muerte; fotos editadas que me hacían dar escalofríos; blogs en donde comentaban mi nueva identidad y trataban de seguirme.

Si busco información ahora, tendré que recordar todo eso con detalles muy filosos. Y no quiero. Simplemente no quiero.

Bajo las escaleras, encontrando a Rafael sentado en la mesa del comedor. Creí que estaba trabajando en la biblioteca. No lo oí llegar en medio de mis pensamientos arremolinados. Él levanta la mirada de su computador, esbozando una ligera sonrisa al verme.

—¿Continuarás trabajando? —me pregunta. Señala con su dedo mi camisa roja del Moore's Diner.

—Creo que sí.

Aunque no me guste mucho, es mejor que pasar en la casa, enterrado entre tantos dilemas personales. Al menos allá me doy gusto peleando con Naomi cuando me señala una mancha inexistente en un plato, o me río cuando a Aster le salpica una gota de aceite y hace un drama de dos horas.

Permanecemos en silencio por un momento luego de esas tres palabras que le he dicho en días. Por mi mente se cruza algo que no agarra forma, solo son ideas sueltas que necesito acomodar. Rafael es bueno en aclarar pensamientos.

—¿Alguna vez te has sentido extraño con alguien? —empiezo—. Como si hubieses cruzado una línea y le debieras algo a esa persona. Cuando solo piensas en eso que sucedió entre ambos y... crees que pudiste hacer algo diferente.

—Sí. Se llama culpa o arrepentimiento. ¿Qué sucedió?

Cierra su laptop para entrelaza sus dedos. Okey, esto no es nada bueno. Cuando hace eso es porque me va a dar una charla de una hora sobre un tema equis que me hará cuestionar mi existencia. A veces creo que debió estudiar psicología.

—Nada.

—¿Te sientes culpable por algo? ¿Fue por nuestra pelea de hace días?

—No. No es...

—Si te hice sentir mal con mi silencio, o te hice recordarla de mala manera... Podemos hablar de eso, Kaden. Sabes que te aprecio mucho, y no quiero que dejemos el tema al aire.

—No es por mi mamá —sentencio en un tono más grave—. Olvídalo, ¿puedes?

Me pongo mi abrigo antes de salir de la casa.

Así que lo que siento es culpa. No he vuelto a experimentar esa sensación desde... esa vez.

Por mucho tiempo sentí que yo hice algo mal. Cada que alguien se iba de mi vida luego de descubrir mi verdad, pensaba que yo hice mal por no contarlo a tiempo, por no demostrar que yo era bueno. La culpa me carcomía por no haber tenido una vida normal, como si yo hubiese elegido aquello. Las personas pensaban esto último, al igual que yo.

Me prometí no volver a sentir culpa por mis acciones, ni por mi pasado. Prometí que, si alguien más descubría eso, sería su problema, no el mío. Yo no tendría por qué disculparme por los errores de mi madre. Las personas no se daban el tiempo de tener todas las respuestas, solo me señalaban y se marchaban. Y yo no iba a hacer nada por detenerlas.

A nadie le importa nadie, así se prometan mil cosas, ya que cuando conocen nuestros fantasmas, las palabras son cenizas de lo que algún día fue un fuego intenso.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora