Capítulo 22

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En estas últimas noches he sido atormentado por las pesadillas de la pelea de mi padre y madre. El sábado y domingo he podido dormir sin esos recuerdos, pero sueño constantemente con Aster, lo que sucedió en el baño, todos mis sentimientos entremezclados que me hacen temer de estar desarrollando algo más que solo un simple deseo por él.

Observo a la ventana, a la nevada ligera. Este día amanece igual de tranquilo que ayer. El enmascarado no se ha aparecido ni ha matado a nadie más, no ha hecho ningún acto de presencia por el décimo año de la muerte de Patrick. Aunque por ello he pensado mucho más en mi mamá, en Patrick.

Pensar en ello me hace sentir las manos de papá en mi cuello. Se lanzó contra mí cuando me acobardé, y me quitó el cuchillo. Me levantó del suelo y me apegó contra la pared, ahorcándome. Tenía tanta fuerza, me sentía inútil y un estúpido por haberme metido. Mamá se levantó como pudo, y al tratar de acercarse, él la apuntó con la punta del objeto. Nos tenía amenazados, y estaba por ahogarme. En su distracción, saqué el otro cuchillo pequeño que me guardé, se lo clavé en el brazo; cuando me soltó, algo me movió y terminé dándole en el muslo. Mamá aprovechó para atacarle, le arrebató el arma, y él huyó como un cobarde. Los dos nos quedamos solos, ella me abrazó, me dio paz luego de la tormenta, y luego llamamos a la policía.

No volví a saber de Patrick durante varios días, hasta que una noche mamá volvía de «su trabajo» de corredora de bolsa, y me dijo: «Patrick no nos lastimará de nuevo, somos libres, él pagó por lo que nos hizo». No me dio más detalles, y me pidió que no dijera nada, que viviera normalmente. Cumplí con ello sin saber a lo que se refería. Y cuando encontraron el cuerpo de Patrick, me sentí contrariado, fue el primer torbellino de emociones que sentí: había felicidad porque no nos haría más daño; tristeza porque perdí a mi papá; odio contra quien lo asesinó. Mamá hizo muy bien su papel de esposa llorona, incluso peleaba con la policía para que buscaran a quien lo hizo. Quizá ese sea el motivo de que nunca sospeché nada.

«Asesino», de nuevo esa voz, que cada vez me debilita más mentalmente. No estoy loco, es solo mi yo interior.

Me pongo un pantalón de chándal negro y bajo a la cocina. Rafael me ve pasar por la sala.

—Esto no es una playa, ponte... —Se detiene a verme bien. Frunce el ceño—. Estás más delgado.

Observo mi cuerpo. Y... creo que tiene razón, o no sé.

En lo que me preparo un café, él empieza a hablar de que todos los cuerpos son perfectos como son, que no me debo obsesionar con ello, pero que él se preocupa de mi cambio pues no lo había notado antes. Intento no hacerle caso, porque no he cambiado, sigo igual de increíble que siempre. Al salir de la cocina, él está callado, señal de que quiere decir algo más que esto.

—¿Ya podemos charlar? —me pregunta—. Ayer parecías no estar bien, y te comprendo completamente, pero ya es tiempo.

Rafael, ahora que lo miro mejor, parece cansado, con los ojos rojos. Ayer estuvo la mayor parte del día en su habitación, casi que ni me acordé de su presencia. A lo mejor estuvo llorando por su hermano, por el constante recuerdo de él, quién sabe.

Tomo asiento en el sillón individual. Él no cierra la laptop sobre sus piernas, al contrario, lee la pantalla con más detenimiento. Me fijo en su mano izquierda, todavía vendada sin razón aparente.

—¿Recuerdas que tu madre tenía una especie de firma? —me pregunta, no para que responda, sino para que yo lo piense—. Les cortó la lengua... les hizo pedazos el corazón a las personas. Creí que era una mera coincidencia cuando hallaron el primer cadáver aquí, pero al segundo ya no lo vi así. Quienquiera que sea el Emisario o el enmascarado, está recreando los asesinatos de tu madre.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora