Capítulo 23

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No sé por qué salí corriendo. Solo lo hice, impulsado por el miedo, la ira, la desesperación al estar expuesto nuevamente como el malo, como el asesino. Los policías me sellaron el paso, me atraparon a la fuerza y no tuvieron el mínimo cuidado al ponerme las esposas y llevarme a la patrulla. La gente me vio, Aster me vio, todos me vieron y empezaron a hablar de mí, de mi pasado, de mi madre. Y ahora aquí estoy, en una celda, acompañado de un abogado del estado y una psicóloga que me vigilan hasta que venga mi tutor legal. Al menos me quitaron las esposas.

Me acusan por el asesinato de la mujer que encontraron en su auto, con cuerdas en el cuello y torso. Esta debió ser la razón por la que no me interrogaron respecto al incendio, porque estaban preparando mi captura.

Una oficial se acerca con las llaves. Detrás de ella, llega mi tío, acompañado de una mujer de traje negro. Ella tiene la piel de un tono marrón claro, ojos azules, y rizos que le llegan a la mitad de la espalda.

—Me llamo Kristen Rivera, abogada defensora.

—Es muy buena abogada —afirma Rafael.

—La mejor —añade ella.

Los policías nos guían a la sala de interrogatorios. En el camino le cuento a la abogada lo que ocurrió y de lo que me acusan, todo a breves rasgos. Aquí ya está la detective Érika Fields, con un par de carpetas. Mi mente está muy débil como para pensar en algo. No encuentro algo que me anime a seguir de pie. Quiero que esto sea un mal sueño del que pueda despertar.

Me hacen sentar en medio de Rivera y Rafael.

—¿Cómo es posible que hayan detenido a mi cliente en medio de tantas personas? —espeta Kristen a Fields.

—Tenemos una orden de aprehensión dispuesta por la corte. Se suponía que estaban en clases normales. La directora Kasemir nos lo informó así.

—¿Y qué me dice de la fuerza que sus agentes usaron?

—Él salió corriendo del auditorio. —Fields me mira—. Empecemos por ahí. ¿Por qué trataste de huir?

—No tienes que responder a esa pregunta —me recuerda Rivera, logrando que Fields se irrite.

Decido responder.

—Me entró el pánico. Creo que fue una reacción muy normal luego de que me expusieran de esa forma.

—¿Así que te expusieron? ¿La foto que mostraron en el auditorio te expuso del crimen?

—No dije eso. Me refería a mi madre, a mi pasado. Y esa foto es falsa.

Rivera toma la palabra.

—¿Cómo es posible que se filtre esa información? ¿Qué clase de incompetencia manejan aquí?

—Tratamos de averiguar eso. La foto que se mostró en el auditorio fue la misma que nos llegó por correo anónimo hace unos días. —Fields saca la foto en cuestión—. Dices que es falsa, pero se ve claramente tu rostro y el del enmascarado.

Es una foto tomada en el granero de aquella noche que Aster y yo caímos en su trampa. Es de cuando lo perseguí luego de romperle los dedos, previo a que nos dejara encerrados. A juzgar por la perspectiva, diría que la linterna gigante tenía una cámara con la que capturó ese momento. Parece que estuviera huyendo con él, y la sangre en mi rostro —añadida por edición ya que ahí aún no sangraba mi herida— me hace ver más culpable. También se borró a Aster de la foto, no hay rastro de su cuerpo en el suelo.

—La foto fue tomada en el granero de la granja a la que dos oficiales fueron a investigar una denuncia de fiesta clandestina —continúa Fields—. No había nadie. Entonces escucharon el grito de la mujer, pero aquel grito fue una grabación en un parlante sobre su cadáver, pues la víctima llevaba más de dos horas muerta.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora