Capítulo 37

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El doctor termina de vendarme el pecho, recalcando una y mil veces que así debo hacerlo hasta que sea tiempo de quitarme las suturas.

—Y ya sabes —me dice él—, ante cualquier signo de infección, llámame.

Me entrega unos medicamentos. Le doy su dinero y Aster le acompaña a la salida de mi casa. Me levanto de la cama para acercarme al espejo que es de lo más nuevo. Parece que fuera ayer cuando tuve esa crisis y lo rompí. Observo mi rostro que sigue igual que ayer. No sé cómo le voy a explicar esto visible a Rafael. Los cortes del cuerpo los puedo ocultar al ponerme ropa, pero el rostro no. Tal vez le puedo decir que el enmascarado me dio una paliza, aunque tendría que convencer a Aster y Hadley para que corroboren mi historia.

Salem entra por la ventana del dormitorio. Es bueno tenerlo de vuelta cerca de mí. Ahora él será el tercero de un domingo por la mañana, ya que Aster está conmigo. Antes éramos solo dos solitarios jugando con una bola de estambre.

—No me lo pidas de nuevo —advierte Aster nada más entrar. Le veo por el reflejo que se sienta en el borde de la cama, llamando a Salem que acude gustoso.

—No es tan difícil de aceptar. Vamos y volvemos en un rato. —Me acomodo la pantaloneta deportiva, que he de decir me queda perfecto sin nada más puesto—. Entre más rápido mejor.

Dejo de mirarme al espejo para sentarme a su lado. Él se divierte acariciando el pelaje grisáceo de mi gato.

—Apenas te estás recuperando. No iremos a un lugar en medio de la nada para ver a una Vocera.

Lo que nos dio en realidad Daniela fueron coordenadas, las cuales se ubican en un prado verde cercano a una autopista. No hay poblados, ni una sola casa según el mapa. Aster está empezando a creer que fue solo una trampa de ella para librarse de nosotros. Fuere lo que fuese, Hadley la está investigando, pues Daniela la enfrentó en un concurso intercolegial de debate en Ducransea, representando al colegio público de Los Olivos. Si no nos dijo la verdad, y Hadley encuentra dónde queda su casa, yo mismo iré allí para pedirle muy amablemente una colaboración decente.

—Una Vocera no es más peligrosa que un Líder o un vendedor de droga —aseguro. Siento que también le tiene mucho miedo a esa palabra, como si los Voceros tuvieran tentáculos y colmillos con los nos despedazarán si vamos con ellos—. Muchos Voceros son hasta más inútiles.

—Como que sabes mucho de esa banda, ¿no?

—En internet hallas de todo.

—El hecho de que supieras de los torneos me hace dudar un poco. Y por lo que pasó ayer con Daniela. Al amenazarla, dijiste que tú y ella saben lo que la banda hará si alguien los delata. Eso no lo encuentras en internet. —Levanta la mirada de Salem, exigiendo una respuesta concreta—. ¿Qué relación tienes con esa gente?

Sus ojos serios me perforan el alma. «No le das la suficiente confianza», había dicho Hadley. Ella siempre menciona confianza para todo. Quizá deba empezar a ceder ante eso para no perder lo mejor que me ha pasado en este asqueroso lugar.

—Puede que haya mojado un pie en su círculo —confieso—. ¿Recuerdas la historia del Robin Hood adolescente? Pues imagínala retorcida, y con ayuda de algunos miembros de la banda.

—¿Eras un ladrón?

—Algo así.

—No, no «algo así». Eras un ladrón.

Aquellas palabras son como puntas de acero clavándose en mi corazón. El oírlas de su boca en este momento duelen mucho, me hacen dar miedo de mí mismo como aquella noche que me dieron por primera vez una pistola.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora