Capítulo 71

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Traición.

De nuevo ese sentimiento me consume. Primero con mi padre. Luego con mi madre y Rafael. La traición que creí de Elías y la verdadera de June. Y ahora... de Aster, de la persona que amo y que creí que me amaba.

Escucho que mueve la cama, para ver debajo, me supongo. Al no hallar nada, los pasos rápidos se acercan al armario.

Mierda, jodida mierda.

Debo escapar, me va a matar si tiene la oportunidad. No puedo creer que esté ideando un plan para no morir por su mano. Necesito controlar mis emociones, pensar que es un enmascarado loco y atacarlo primero.

Me coloco en posición. La puerta se abre. Me lanzó sobre él, le sacudo el brazo que sostiene la pistola y la lanzo por debajo de su escritorio. Lo sujeto por los hombros para empujarlo hacia atrás, hacia la cama, y cerca del borde, hago acopio de mis fuerzas para lanzarlo por encima hasta que cae al suelo.

Cargo mi bolsa y salgo de la habitación a toda prisa. Creo que apenas avanzo dos metros cuando siento una mano agarrarme por la camiseta, lo que me detiene. En el segundo siguiente, unas manos me sujetan por los hombros para azotarme contra la pared a la derecha; me quita la bolsa. Un brazo se pasa por los mío como si pusieran un palo entre ellos, y de nuevo me sacuden, esta vez a la izquierda. Antes de chocar mi abdomen con el barandal, Aster empuja mi cabeza para golpearme con el metal, demasiado fuerte.

El golpe me desconcierta un poco. «Me va a empujar a mi muerte».

Aprovecho que su brazo aún está entre los míos para hacer presión y girarme para estamparlo a él contra el barandal. Le escucho soltar el aire y un improperio. «No le rompas los huesos». Me safo de él, giro por mi derecha y le estampo un codazo fuerte en la cara. Retrocedo, cojo impulso y le doy una patada fuerte en el estómago, haciendo que se encoja sobre sí. Junto mis puños, y por milisegundo dudo de si darle en la cara, así que le golpeo en un costado y lo empujo a mi izquierda para que se caiga al suelo.

Recojo mi bolsa pero esta vez no la cargo. Grave error.

Faltando menos de un paso para llegar a las escaleras, noto algo en mi espalda descubierta. Enseguida una descarga eléctrica corre por mi cuerpo, me presiona los pulmones y paraliza mi cuerpo. Caigo al suelo, gritando por el dolor tremendo que presiona mis nervios y obliga a mis músculos a contraerse. Uno, dos, tres segundos hasta que por fin se detiene la descarga, pero mi cuerpo no funciona, sigue con los espasmos involuntarios muy dolorosos.

—Tienes suerte —le escucho decir—. Fue la única pistola que encontré en mi mesa de noche cuando me empujaste. Al menos sirvió para algo.

«Levántate, corre, noquéalo si es necesario».

Escucho sus pasos acercarse, lentos, a sabiendas de que no me puedo mover con normalidad. Me pisa la espalda con fuerza, suelto el poco aire que me queda. Luego mete su pie por debajo de mis costillas para darme vuelta y quedar boca arriba, con su pie presionándome el pecho. Le veo apenas por el aturdimiento, pero él no me reconoce aún por el pasamontaña y las lentillas. Su rostro es inexpresivo, temerario, y una sonrisa burlona le nace en la cara.

—Veamos quién es el idiota que se mete a mi casa.

Se inclina para agarrar mi máscara, tira de ella con fuerza.

Y espera lo inesperado.

La sonrisa se le desaparece del rostro, me quita el pie de encima. Su mano tiembla y noto cómo se comienza a hiperventilar.

—No, no, no, no.

Repite lo mismo mientras retrocede de mi cuerpo. Logro distinguir miedo, desesperación, todo lo opuesto a cuando me atacó. Se tropieza con sus pies y se cae al suelo, arrastrándose con sus manos, como si yo fuera algo tóxico que no puede tolerar.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora