Capítulo 58

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—Me veo patético llorando por alguien que no me merece —me estoy diciendo frente al espejo, después de haber llorado una vez más por Elías y por mi vida miserable. Es la noche de mi supuesto cumpleaños dieciséis y ando borracho por primera vez en casa de uno de la banda—. Soy mejor que esto, mejor que cualquiera. Esta será la última vez que llore por alguien.

Y rompo el espejo, con la esperanza de romper esa faceta acabada de mí, de contener mis sentimientos derramados. Funciona. Un muro empieza a levantarse, encerrando por completo a ese niño miedoso, mientras las sombras se esparcen por toda mi mente, devorando todos mis pensamientos y disfrutando del dolor al ver la sangre.

Me despierto, con la cara pegada a la fría pared de una esquina de mi cuarto. Escucho golpes provenientes de mi puerta acompañados de otros sonidos. Alguien está forzando mi puerta con seguro. Y ese alguien es Rafael. La luz del pasillo le ilumina ligeramente pero me da de lleno en mis ojos irritados.

—Ya me lo imaginaba.

Se cruza de brazos y niega con la cabeza. A su lado está Salem, al cual no he visto luego de que salió corriendo cuando sintió que iba a desvivirme en tabaco y alcohol. De eso hace ya tres días, creo. El tiempo perdió noción luego de ese momento, hay pequeños fragmentos en mi cabeza. Recuerdo que me sacaron a rastras del instituto, a Fields haciendo sus preguntas molestas y a mí abriendo una botella.

Rafael entra a mi cuarto. Recorre las cortinas y abre las ventanas de un solo tirón. La luz y el aire frío me golpea el cuerpo de la manera más dura posible. El dolor de cabeza se hace más notorio al igual que el mareo y ardor de garganta. Perdí el control.

—Solo mírate —me espeta. Carajo, su expresión es de ira pura—. Encerrado en tu cuarto, pudriéndote en medio de la basura. —Patea las cajas de tabaco.

—Tú también te encerraste.

Rafael fue el primero en enterarse. Lo supo desde que me vio llorando como imbécil. Casi sufre un colapso nervioso a las afueras del instituto. El martes aún tenía un poco de control de mí, así que en una salida de mi cuarto lo escuché llorando en el suyo. Esa misma noche, creo que golpeó mi puerta, me dijo que iría al funeral en Trébol Dorado al día siguiente. Supongo que le respondí que no iría. No quería ver de nuevo el rostro apagado de Eleonor, al menos en la vida real, porque por mi mente pasó muchas veces esa fea imagen del lunes.

—Me encerré pero no a beber, sino a tener mi duelo por Eleonor, uno sano. Lo que tú estás haciendo no ayuda a nadie, ni a ti, ni a mí ni a nadie. Así que haz algo para cambiar tu situación.

—Por lo visto te funcionó tu duelo. —Me acomodo mejor sobre la pared, limpiándome los ojos—. Lo dejaste pasar por alto, como todo. Por eso vienes a echarme mierda de lo que hago.

Dos pasos le es suficiente para estar cerca, para mirarme por debajo de él.

—¡Esto me duele más que a ti! Me quitaron al segundo amor de mi vida, ¡al segundo!, ¿pero me ves echando mi vida a la basura? ¡No! Intento seguir porque de nada me sirve arrojar mi vida a la basura, de nada sirve tratar a los demás como tú lo haces cada que intentan de ayudarte. —Se dirige a la salida y me mira por sobre el hombro—. Eleonor ya no está, pero nosotros sí, y aunque sea difícil procesar la muerte, hay que hacerlo de la mejor manera posible. A ella no le hubiera gustado que nos hundamos en la miseria.

Deja la puerta abierta.

Exhalo hasta casi vaciar mis pulmones y recupero el aire con el frescor que entra por las ventanas.

A lo mejor tiene razón. Debo levantarme y hacer algo, no estar aquí tirado llorando por una persona que no sea yo. Distraer la mente siempre funciona, y acompañado con un poco de alcohol y cigarrillos, estoy seguro que en unos días me voy a olvidar de Eleonor, como me pasó con Elías.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora