Capítulo 57

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»He estado pensando en cómo matarte, pero no estoy al tanto del dolor que podría causarte cada muerte. Tal vez te corte en pedacitos. Sí, cortarte mientras sigues consciente. Voy a disfrutarlo un montón. Ten paciencia, pronto llegará tu fin.«

Una nueva carta ha llegado a mi ventana que sigue resquebrajada de esa vez que Aster la rompió con una piedra. Mi mal presentimiento me hizo dejar mi teléfono grabando, y capté al mismo enmascarado con la misma chaqueta deportiva de naranja y rojo. Esto solo confirma que algo están tramando, quizá mi asesinato el sábado si es que asisto a la final de finales.

Pero esa es mi segunda preocupación, por ahora. Alguien está espiando en mi casa apenas inicia el puto lunes. Desde la ventana de mi cuarto no puedo ver quién es, a excepción de la gorra negra que usa.

Agarro una navaja y bajo al primer piso. Rafael está haciendo el desayuno, ignorando al chico pegado a nuestra ventana en la sala. Apenas lo reconozco salgo y me apresuro a derribarlo al suelo para ponerle la navaja en el cuello.

—¿Qué demonios crees que haces espiando en mi casa?

—Por favor, no me hagas daño. —Traga grueso y pega sus brazos al suelo nevado—. No tengo intenciones de nada malo. Lo juro.

Fernando, el chico de cabello teñido, compañero de hogar de Travis, el que andaba espiando en casa de Aster el día de mi cumpleaños. Lo levanto del suelo. No es conveniente que me vean amenazándolo, así que lo apego a la pared y me coloco al lado, con la cuchilla rozando sus costillas.

—Bien —digo—. ¿Qué haces aquí?

—Trato de resolver la muerte de mis hermanos.

—No creerás que yo los maté.

—No, para nada.

—¿Entonces? —Presiono la navaja porque se queda callado—. ¿Entonces?

—Desconfío de Travis —responde apresuradamente—. Y yo creí que podría encontrar pistas en sus casas. Son sus amigos.

—No somos sus amigos. Solo Aster. —Bajo un poco la guardia—. ¿Por qué desconfiar de él?

Agacha la cabeza, como quien anda encubierto.

—Con mis hermanos se llevaba muy bien, los acompañaba al instituto antes de ir al suyo y volvían a casa juntos. Eran amigos. Pero yo lo molestaba mucho y por eso él me odiaba. Y unos días antes de que murieran, él me amenazó, me dijo que me iba a arrepentir por todo lo que le hice. Creí que era una broma, ya sabes, lo típico de alguien desesperado. Entonces sucedió lo de ese granero.

Frunce sus labios para contrarrestar el dolor de sus recuerdos.

—Luego de unos días —continúa—, empezó a salir por la noche. Lo seguí. Un par de veces fue al taller mecánico y parecía esperar a alguien que nunca fue. Una noche fue a la casa de Aster y vino a esta. Estuvo dando vueltas y dejó esto en algunas ventanas.

Saca de su bolsillo unas cosas miniaturas parecidas a piedrecitas.

—¿Qué son?

—Micrófonos. Según lo que me dijeron, tienen batería para al menos dos días de grabación de audio ininterrumpido. —Se los guarda—. Lo más raro fue cuando me encontré a la detective Fields por la calle. Me hizo las clásicas preguntas de vida, y luego sobre Travis y si tenía alguna idea de por qué él estaría interesado en el funcionamiento de las cámaras del pueblo. Dijo que él había pasado por la estación de policía y le preguntó aquello a una de las oficiales que estaba de guardia.

Esto ya no es nada divertido. Micrófonos, cámaras... ¿Qué se propone? Y, sobre todo, ¿por qué no lo menciona a nadie?

—Quiero entrar a su cuarto para buscar algo allí —añade—, pero parece una fortaleza. Tiene candados y cerraduras especiales por todas partes. Y tengo miedo de que haya cámaras en la casa.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora