Capítulo 70

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Llevo esperando media hora y Anthony no llega. Quizá debí pedírselo a Daniela, pero prefiero dejar las drogas fuera del círculo de mis amistades. Aunque Anthony sea el novio de Naomi, ese tipo no se atrevería a decirles que le compro.

Finalmente veo su silueta en la entrada al bosque que está cerca de lo que antes era el diner. Viene encapuchado, nervioso, mirando a todos lados.

—Oye, amigo —me dice—, ¿estás seguro de esto?

—Sí.

—Pero son...

—Sé que son inyectables. Pero dámelos. Los necesitaba para hace media hora. Solo me retrasas.

Saca de su chompa las tres jeringuillas con Rohypnol, listas para usarse. Esta vez sí le pago, aunque se muestra reacio a aceptar mi dinero.

—Deberías decirle —le aconsejo—. Deberías confesarle la verdad a Naomi antes de que se marche. Ella se va mañana por la tarde, debes saberlo mejor que nadie. Sé que tal vez estés presionado por tu Líder, pero...

—¿Cómo sabes eso?

—... no puedes mantener la mentira. Te va a explotar en la cara, lo sé por experiencia. Y no quiero que Naomi salga lastimada.

Lo dejo atrás, y a unos metros de distancia dice:

—Tú también deberías decirles lo que haces.

—¿Quién dijo que me iba a inyectar la droga?

Aprovechando que ayer Aster estuvo con su madre toda la tarde, me ideé un plan para la reunión de hoy con el supuesto Vocero de Travis. No se lo he contado a él porque no quiero preocuparlo ni llevarlo conmigo a suposiciones contra Juliette, y tampoco le he dicho de esto a las chicas, porque se ofrecerían a acompañarme y solo estorbarían.

Doy un trote hasta mi casa, cubriéndome con la capucha de mi sudadera para que nadie me vea. Nadie debe verme. Usé el ataque de Jordan como excusa y les dije a los tres que estaría con Rafael porque su propio hijo había amenazado de matar a su padre. Obviamente una mentira enorme. Los convencí de que se quedaran apartados de esto, que porque Jordan estaba muy furioso y mataría a quien se le interpusiera. Les di mi papelón de preocupado.

Llego a casa, reviso por décima vez que el sótano esté despejado y luego voy a la cochera. Encontrar las llaves del auto de Rafael no fue difícil. Lo difícil fue recordar cómo se maneja un auto. Lo aprendí a medias cuando estuve en la banda, pero fue hace tanto tiempo que mi memoria casi ha borrado los detalles. Tuve que pasarme la noche viendo tutoriales en YouTube. Espero no morir estrellado contra un árbol.

Coloco la bolsa de lona en el asiento del copiloto y me monto en el auto tras abrir la puerta del garaje. Respiro un par de veces antes de girar las llaves. El motor ruge. Me quedo paralizado por unos momentos al tocar el volante. ¿Me estoy excediendo? No. Debo hacerlo o no obtendré nada por las buenas.

Piso el acelerador y salgo a la calle. Cierro el garaje. Luego me encamino al primer punto de parada, con un poco de paciencia hasta agarrar el truco para no dar frenazos en cada cuadra. Me cubro con la visera de la gorra, agachando la mirada cada que paso al lado de personas. Pronto voy dejando el centro del pueblo y llego a las fronteras, donde ya solo hay bosque. Me meto por un callejón de tierra. Al estar lo más cubierto por árboles, me detengo.

Estoy demasiado lejos del punto de encuentro, pero es lo que hay si no quiero que me vea alguien arrastrando un cuerpo.

Uso el espejo del auto para colocarme los lentes de contacto en color azul oscuro, tan oscuro que cubre por completo la rareza de mis ojos. Luego me saco la gorra y me pongo el pasamontaña, seguido de los guantes de látex. Con esto nadie me reconocerá ni dejaré huellas. Aunque eso no está en mi plan.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora