Capítulo 72

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Nos empujan a la sala, sin retirar las armas de nuestras espaldas. Me fijo que esa televisión vieja ya no está, lo que deja más espacio para moverse. En una esquina está la otra mesa, con una botella de licor como si esto fuese una reunión de juegos.

—Encontramos a estos fisgones —dice uno de los hombres que nos amedrenta. Deja nuestros teléfonos, micrófonos y las navajas de mis dos acompañantes sobre los maletines—. Tenían esto con ellos. No hay más armas.

Juliette sonríe ampliamente, como si no le sorprendiera. Lo miro a él, pero su rostro refleja miedo y... Juliette ni le presta atención. No es una trampa. Nos atraparon por idiotas.

—Creo que el plan se va a adelantar —asegura ella, mirando a sus Voceros—. Vayan por las dos que faltan. Y maten a su tío.

El cuerpo se me hiela. Me controlo para no suplicarle, para no postrarme y pedir para que no mate a Rafael. Hadley y Naomi ya debieron oírla, pero... así llamen a la policía, no llegarán a tiempo, estamos demasiado lejos. Al menos podrán protegerse y proteger a mi tío.

Los Voceros se llevan un maletín y mueven la mesa con el otro hasta la pared.

—Me decepcionas —le dice ella a su hijastro, plantándose frente a él—. Te hubiera dejado arrancarle el corazón como su madre hizo con tus padres. Pero siempre serás una vergüenza.

Él levanta la barbilla y le escupe, porque es lo único que puede hacer. Juliette no responde a su provocación, simplemente se limpia.

—Ustedes —se dirige a los que nos atraparon—. Llévense a los dos a la cabaña. Reynolds es mío.

Los sujetan entre sus brazos y arrastran a Daniela y a él fuera de la casa en medio de sus gritos e intentos de zafarse. Yo me quedo quieto; si corro, ella es capaz de dispararme en un segundo. Intento no mirar el cuerpo en el suelo y me concentro en su mirada. Ella abre el maletín, en el que están varios tipos de cuchillos y un mazo de hierro. Agarra un cuchillo pequeño.

—Va a ser muy divertido destriparte —sonríe.

Debo hacerla hablar, aprovechar que los autos se alejan con todo mundo y hacer que se acerque lo suficiente para matarla con lo que traigo oculto.

—Lo sé —le digo, con calma controlada—. Por fin podrás calmar el odio hacia mi madre por haber matado a tus amantes, Dalila.

El brillo de su sonrisa titila.

—¿Quién es Dalila? —Se acerca a mí, jugueteando con la cuchilla.

—Ya basta de fingir. No sé cómo hiciste para introducir una nueva identidad en el Registro Civil como Juliette Kasemir, pero sé que eres Dalila Gómez. También sé que tu hijastro no lo sabe, loca demente.

La busqué en el Registro, estaban todos sus datos libres y nada levantaba sospechas.

Su sonrisa se desvanece. Diría que puedo ver el brillo de sus ojos ámbar a través de los lentes de contacto que nunca se quita.

—Creo que te subestimé —confiesa—. Solo me hizo falta una partida de nacimiento falsa y un poco de ayuda en el Registro. ¿Cómo lo descubriste?

—El que retiraras dinero luego de tu supuesta muerte fue la primera sospecha. Luego tu desesperación por aceptarme en tu instituto. Aunque, el que te acostaras con mi primo te delató. ¿Dijo que te amaba para que lo sacaras de la cárcel? Seguro que sí, aunque luego te traicionó y te imitó. Qué asquerosa resultaste.

La información que robamos de Fields fue esencial. El cabello que hallaron era negro, pero tenía una peculiaridad: bajo la capa oscura estaba el rubio de verdad. Y el ADN correspondía a Dalila Gómez, recolectado de su madre cuando hicieron la comparación con el cadáver despedazado; incluso la policía hizo los análisis dos veces porque no se lo creían. La única pelinegra desquiciada era Kasemir.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora