Capítulo 47

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Mi madre tuvo una vida sostenida por culpas, sentimientos de impotencia y daños emocionales producto de los constantes abandonos. Así lo vio la psicóloga que la escuchó. También vio que la mente de mamá estuvo haciéndose cenizas desde que su hermano menor falleció, y que no había muchas ilusiones de un futuro dentro de su vida. Elizabeth le dijo que por muchos años no tuvo un sentido de existir, que su vida era monótona, aburrida, sin esperanzas, pues creía erróneamente que lo arruinaría todo.

Ella vivió en piloto automático por muchos años hasta que conoció a Patrick, el cual le dio una chispa de magia que él mismo apagó con el paso del tiempo. Luego, esa magia se materializó en mí y en algo retorcido que ella encontró como bueno: matar para proteger. Elizabeth sabía lo que era el dolor del abandono de un padre por «su culpa», y no quería que se repitiese, al menos con los que tuvo alcance. Prefería que los niños llorasen porque un asesino mató a su progenitor, a que crecieran con la idea que su padre o madre los dejó por culpa suya. La muerte era superable, el abandono y las heridas emocionales, no tanto, según ella.

El equilibrio de esa magia se mantenía, ya que yo estaba a su lado y ella tenía su filosofía viva. Pero un lado de la balanza se desequilibró cuando la atraparon, y luego esa balanza se rompió en el instante en que la separaron de mí. Como que la realidad le pegó por esos días: no había ayudado a nadie, todo el mundo la odiaba y me había puesto en el ojo público. Lo que más le afectó fue la primera amenaza de muerte que recibí. La culpa por haberme arrastrado consigo a aquel pozo de las consecuencias le quitaba lo último de sí misma. Fue durante ese tiempo en prisión cuando todo el peso del mundo —de su mundo interno— terminó de barrer las cenizas que quedaban de su cordura.

En la última sesión que tuvieron, mamá expresó de nuevo esa culpa por existir, por todo lo que su existencia causó en este mundo, desde la muerte de su hermano, el abandono de su padre, los maltratos de Patrick, los asesinatos dolorosos, el sufrimiento de los niños y mi propio sufrimiento. Dijo que no me merecía y que yo no la merecía, que su existencia dentro de mi extraordinaria vida solo acarrearía tormentas y obstáculos por todo lo que ella lograse sobrevivir.

La psicóloga dio la alerta de vigilias tras esa sesión. Mencionó posible depresión e inicio de pensamientos suicidas que debía estudiar a profundidad en sesiones posteriores con ayuda de un psiquiatra. Pero la advertencia no sirvió de nada, ya que esa misma noche, mamá saltó de la azotea, en el momento adecuado, de la forma correcta, creyendo que por fin hacía algo bien.

Chocar con alguien que sigue de largo me saca de mi modo automático. Los pasillos del instituto se llenan de ruido y personas por la hora de salida de clases, cosa que apenas he notado por seguir pensando en mamá. Tomo una gran bocanada de aire al girar en la esquina que va al salón de clases de Aster. Mis pies, mi cerebro... todo de mí me ha ordenado venir a verlo para irnos juntos. No sé, es como si quisiera compañía, algo poco usual. Quizá sea para distraerme del ardor en los ojos que es solo eso, un ardor que apareció de pronto.

Me detengo en seco en la puerta al notar que el salón de clases aún está medio lleno. Hay como tres grupos reunidos aquí, entre ellos, el de Aster. Y el pelirrojo está a punto de explotar de la histeria, checando y recalcando errores del folleto de su grupo, el cual se puede entregar hasta hoy (mi grupo ya lo acabó, cómo no). Me sorprende que Aster y sus compañeros todavía lo sigan haciendo, aunque no tanto por lo que me contó Hadley el otro día.

Y hablando de la pelinegra, ella me hace señales para que me vaya si no quiero que me griten. Pero la que termina con una reprimenda es ella por no prestar atención. Entonces Aster se gira para ver qué distrae a la chica, y al verme, es como si le hubieran lanzado un balde de agua fría. Su semblante se relaja al igual que esa mirada depredadora a través de sus lentes. Tras dos segundos de intercambiar miradas, él regresa a su trabajo de intenso.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora