Unos golpes en la puerta me despiertan de mi ensimismamiento. Únicamente regreso a la realidad, a mi esquina de la habitación que sigue destrozada. Por suerte he dejado de recordar las agresiones de mi padre, a mamá en los tribunales, y las burlas y golpes que recibí en algún punto de mi vida cuando se enteraban quién soy.
—Kaden, ya es suficiente —dice Rafael—. No has salido de ese cuarto en dos días. O abres ahora, o tiro abajo la puerta. Maldito sea el día en que te robaste la llave.
Debería abrirle. Que dañe el mecanismo de la puerta no es nada favorable para mí. Es mi única barrera entre el mundo real y mi mundo pacífico.
Me pongo en pie, tambaleándome ligeramente. Escondo las botellas de licor bajo el montón de ropa y camino hacia la puerta, algo mareado. La vista es medio borrosa por la mezcla de la resaca y el de dormir bien. Mis ojos duelen como si alguien los presionara desde dentro. Más de cuarenta y ocho horas —desde el martes hasta el viernes— sin pegar el ojo más de una hora consecutiva y con pesadillas constantes de seguro deja cansado a todo mundo.
—Ay, madre mía —exclama Rafael al abrirle la puerta—. ¿Esto fue lo que sonó esa noche?
—Sí.
Rafael creyó que me estaban matando. No se largó hasta media hora después de preguntarme si estaba bien. Fue difícil no gritarle mil cosas malas y contener el nudo en la maldita garganta.
—¿Estuviste bebiendo? —inquiere al entrar, agitando su mano en el aire, quizá por el aroma evidente de mi cuerpo. Me mira con preocupación, lo que a estas alturas ya no sé si es de verdad o solo una máscara—. ¿Qué ocurre, Kaden?
—Nada.
—¿Cómo va a ser «nada»? —Abre sus brazos para señalar todo el desastre—. Tu habitación es un desastre, tú te ves fatal. Esto no es nada. Algo te está pasando, algo que no quieres contarme.
—¿Por qué debería? ¿Alguna vez te importé de verdad? No creo que a alguien le importase el hijo de la mujer que mató al hermanito de otro.
—Me importas de verdad. Yo... sí, lo acepto, por mucho tiempo no separaba a tu madre de ti ni de Patrick, pero lo hice gracias a... —Cierra la boca de pronto para darme la espalda. Camina hacia la ventana que da a la calle—. Te vi crecer desde que estabas en la cuna. Por supuesto que te quiero y me importas. Solo piénsalo y dime si hubiera hecho lo que le hice a él si no me importara tu bienestar.
Dejo que el silencio se escurra entre nosotros. Me froto los ojos con la intención de no dormirme ni de traer de vuelta su rostro. Rafael se da vuelta, con cierto brillo en los ojos por lágrimas que se acaba de limpiar. Todavía le duele aquello y, aun así, no hace nada por cambiarlo. Quizá tenga razón, quizá... solo quizá de verdad me quiera.
—Tienes que ir a clases —suelta por fin—. Eleonor me ha estado llamando para preguntar por ti.
—Ya veo que esa se agarra de confianzas con todos.
—¿Disculpa?
—Esa profesora no quiere formalidades. Trata a todos como si fuesen sus conocidos o amigos. Resulta molesto.
—Yo diría que es bueno. La empatía crea muchos lazos con personas que estarían dispuestas a pelear a tu lado si las cosas se ponen difíciles. Conocer a las personas no está de más en esta vida.
—No importa cuánto creas conocerlas, al final descubres un lado oculto que rompe todo lo que creías saber.
Me observa con esa mirada de «¿cómo estás tan seguro?». Finjo no notarlo y me meto en la ducha. Rafael sigue haciéndose esa pregunta cada que le menciono mi idea de que las personas son un asco. En ocasiones él cree que se trata de mis padres, aunque no es todo el cuento. Es un factor, no lo niego, pero todavía no le he dicho mi vida antes de su llegada. Me conoció cuando yo empecé a abrazar la oscuridad, cuando toda la ilusión humana había sido convertida en cenizas.
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Máscara Fragmentada
RandomKaden no tuvo una madre convencional: ella fue una asesina que cobró la vida de varias personas. Tras una serie de eventos sangrientos y años complicados en orfanatos, termina viviendo con su tío, quien, al sorprender a Kaden en una situación compr...