Capítulo 17

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La nevada parece no dar tregua. El día de ayer incluso cancelaron las clases por la fuerte ventisca que azotó el pueblo. Hoy está más calmado, así que ya toca volver a las putas aulas para soportar las mismas caras de todos los días. Desearía estar como Salem ahora mismo, durmiendo sobre su cama como el gato perezoso que puede llegar a ser.

Rafael y yo no hemos hablado desde la discusión. Esa noche del granero, él llegó pasadas las once y se fue directamente a su habitación. No sé qué demonios hacía hasta esas horas, pero ya no podrá decirme nada sobre respetar el toque de queda cuando él no lo hace.

Nada más bajar las escaleras, la voz de mi tío llamándome desde la sala me detiene. Él está arropado con una cobija, y bebe una gran taza humeante de café mientras ve las noticias. Las imágenes en pantalla son de la mujer recientemente asesinada, esa a la que no pude salvar. Su cuerpo fue hallado esa noche que estuvimos en la granja, en un camino del mismo bosque por donde corríamos. Estaba dentro de su auto, con dos sogas que la inmovilizaban del cuello y el torso, además de las mutilaciones características.

—Con este ya son cinco los asesinatos registrados en Los Olivos —anuncia la periodista—, incluyendo al hombre encontrado colgando de un árbol. La policía continúa con la búsqueda del enmascarado o el Emisario. Cualquier información que ayude a la captura de uno de estos dos será recompensada.

Él apaga la televisión. En su rostro noto que está pensando, o más bien acomodando las piezas del rompecabezas que se armó en su cerebro. Noto que su mano izquierda sigue vendada. Ha permanecido así desde que lo vi a la mañana siguiente de lo del granero.

—¿Has oído de todos estos asesinatos? —me pregunta.

—Sí. Tengo una... chica que me cuenta esos detalles.

—¿Y no te ha dado una sensación de déjà vu? Porque... aunque suene extraño, yo la estoy sintiendo justo ahora.

—La verdad es que no. Y debo ir a clases.

No tengo esa sensación, desearía tenerla para saber a quién va a matar Emisario la próxima vez. Por varios años recordaba a la perfección las familias y lugares de los cuerpos, era como mi propia tortura, pero ahora ya no recuerdo nada. Todo es borroso, muy confuso como para siquiera tener una pista.

—¿Sabes por qué boté el viejo sofá? —me pregunta antes de siquiera dar media vuelta.

—Porque te recordaba que soy gay. O no sé, te guardas tantos secretos que he llegado a desconocerte.

Rafael niega antes de dar un sorbo a su café.

—Me recordaba los motivos egoístas que tuviste para hacerlo. —Mantiene una pausa, sin mirarme, solo fijo en la televisión apagada—. Ese chico con el que te encontré, fue a casa un día que no estabas y me dijo un par de cosas.

—¿Y tú le creíste? ¿Preferiste creerle a un completo extraño? ¿Qué mentiras te dijo ese resentido?

—Por supuesto que te di el beneficio de la duda. Ese chico me dijo que lo usaste para que te pasara las respuestas de un examen, y también me contó que seducías a otros para que te hagan las tareas. Y luego fue solo cuestión de indagar en tu instituto para corroborar eso. Algunos incluso me dijeron que ofrecías sexo a cambio de tareas.

Mi cabeza se queda en blanco, sin alguna mentira, sin nada que decirle. Él lo supo todo este tiempo por culpa de un tonto que no aguantó que cortara nuestra «relación» a la semana.

—Yo no los obligué a nada.

—Pero sí los manipulaste, Kaden. Eso es peor que todo. Les hiciste creer que sus sentimientos eran correspondidos para obtener beneficios de ellos.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora