Capítulo 39

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—¿Cómo que la idea se te fue? —me pregunta Hadley a través de la videollamada.

De alguna manera conseguí su número gracias a los que me escriben, y heme aquí, pidiéndole consejos de citas. Tiro de mi cabello y me restriego el rostro, frustrado. Tenía una idea de qué hacer para la cita con Aster, pero luego de cerrar la puerta, me entró el pánico y toda clase de inspiración desapareció en cuestión de segundos. Recargo mi mejilla sobre mi mano, mirando al computador sobre el escritorio, en el que está transcurriendo la llamada de Hadley y una página de ideas para citas.

—Los primerizos siempre son los más complicados —suspira mientras cobra en el restaurant—. Si hubieses tenido alguna pareja de verdad, las cosas resultarían más fáciles.

No puedo creer que todos me tomen por un primerizo cuando no lo soy. Simplemente no quiero repetir lo mismo que hice con Elías, me repugna siquiera pensar en todas las citas que tuvimos. Lo malo es que no tengo ideas; lo que me aparece en internet ya lo usé con ese pelinegro de ojos marrones.

Hadley retoma su atención en mí, juzgándome con sus ojos verde claro.

—En Trébol Dorado hacen algo llamado Festival de San Valentín.

—No vamos a ir hasta allá para meternos en medio de tanta gente. Quiero algo más...

—¿Que sea solo para ustedes dos? —intenta completar ante mi silencio. Asiento—. Entonces piensa.

—Es que no hay nada que me guste, todo se ve ridículo.

—Si no se trata de que te guste a ti, se trata de que les guste a ambos, más a él porque lo invitaste a la cita. Planea todo mientras piensas en él. Saca tu lado cursi mientras te aguantas las ganas de vomitar. Tal vez esta cita sea el inicio hasta el altar de bodas.

Con su risa demoniaca corta la llamada, supongo que hastiada de lidiar con mis preguntas.

Me quedan menos de tres horas para organizar algo. Es un martirio. Enciendo un cigarrillo mientras sigo buscando ideas de internet. En medio de mi búsqueda, recibo una llamada común de Rafael.

—Al fin estoy camino a casa —comenta con un tono cansado—. Tengo todos los documentos, podremos leerlos enseguida cuando llegue. Estaré allí más o menos a las seis.

Mierda. Necesito inventarme algo, y ya de paso pedirle consejos. Aster dijo que todos los damos de manera indirecta. Quizá Rafael pueda decirme algo en medio de su habladuría.

—¿Y no tienes alguna cita con Eleonor? Digo, es la fiesta del bebé en pañal.

—Ah, yo había cancelado con ella lo de hoy. No sabía a qué hora volvería, así que era mejor no hacerla estar en intriga de si habría o no algo por este día.

—Pues deberías retomar el plan. Lo de leer eso puede esperar. ¿Adónde pensabas llevarla?

—Pensaba en ir a Trébol Dorado porque es lo más cercano y en donde hay más opciones de restaurants elegantes. Encontré uno en internet que está en el último piso de un edificio, del que, según las condiciones meteorológicas de hoy, se podría apreciar un lindo atardecer y luego las estrellas.

¡Eso es! Ya me acordé lo que había pensado.

—Entonces ve allá. Dile a Eleonor que te encuentre en la ciudad y disfruten su noche.

—¿Qué hiciste? —pregunta, tajante—. No es normal que me incites a realizar un plan, mucho menos uno «asqueroso» y cursi. Prefieres mil veces hablar de mis artículos periodísticos «aburridos» que de cosas románticas.

—No hice nada, todo está bien. No ha habido ningún ataque del enmascarado ni nuevas cartas asesinas. Solo quiero que estés... no tan mal. Hicimos las paces hace días, así que, digamos que necesitamos más comportamientos familiares normales.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora