Capítulo 18

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He estado pensando en el chico que mencionó Maddie, ese tal Liam. Apenas es mayor que mí por un año y ya resolvió el caso de su vida. Y, de hecho, lo hizo a mi edad, si no mal recuerdo. Eso me hace darme cuenta de lo estancado que estoy en mi propio misterio. Aunque no ha sido solo por eso que he pensado en él, sino por el nombre de una banda que se mencionaba mucho cuando él aparecía en las noticias.

Esa banda, por más raro que suene, se llamaba Sin Nombre. Y en Tenéricus tuve amigos que estaban en ella, los mismos que me incitaron a beber y me dieron chance en los torneos callejeros y clandestinos de boxeo que su banda criminal ofertaba. Cuando me fui de allí, me enteré de que en Andalucrés también había de esos torneos por la misma banda. Se dieron hasta finales de abril de 2021, si no estoy mal, y luego se detuvieron por varios problemas gigantescos que tuvieron con la ley. Retomaron los torneos a mediados de octubre, aunque no con tanta fuerza ni con tantos apostadores.

Y creo que acabo de encontrar algo similar, demasiado similar. La banda Sin Nombre tenía extensiones hasta acá, así que imagino que deben ser los mismos torneos que se mencionan en el volante que me guardé mientras salíamos del restaurant hacia la mansión donde será la fiesta. En esos torneos era legal casi todo, permitían hasta pequeñas navajas, menos armas grandes como cuchillos o pistolas. El chiste era ganar solo usando las manos, sin guantes, solo con vendas en las manos, hasta dejar inconsciente al oponente de manera temporal o... para siempre.

La mansión blanca va llenándose de gente. Algunos ingresan con sus autos, rodeando la pileta central y dirigiéndose a un gran estacionamiento. Hay flores artificiales por doquier, resaltando sus colores gracias a la iluminación de fuera. Al parecer, toda la estructura va a ser usada para el evento, porque las luces de colores lo alumbran todo en la parte de adentro, además que la música se escucha hasta acá fuera.

—Préstenme mucha atención —dice Angélica quien maneja el auto en el que vamos. Chasquea los dedos para tomar la atención de su hija que va en el copiloto, y de Hadley y Aster que van pegados en la ventana izquierda, como si no hubieran visto jamás una mansión—. Ustedes van a atender la zona de alimentos y bebidas no aldólicas. Se van a quedar ahí toda la recepción. Tienen prohibido meterse en medio de la fiesta, y, sobre todo, beber cualquier cosa que contenga alcohol. Si yo me entero que hicieron algo de eso, les hago limpiar el suelo de mi restaurant con su lengua. —Agita una de sus manos para añadir rigor—: ¿Queda claro?

«Sí», decimos los cuatro. Nuestro auto y la caravana de camionetas detrás de nosotros —que traen mesas, manteles, sillas, comida y bebidas— entran por la gran puerta principal. Rodeamos la pileta, que de cerca se nota iluminada con un tono rosado pálido. Todos los automóviles se distribuyen en espacios separados y enseguida empezamos a bajar las cosas. Me impresiona la cantidad de gente que hay. Seguramente está medio pueblo metido aquí, y la otra mitad debe ser de otras partes. Todos van vestidos con un estilo formal casual, algunos más casual, otros más formal. Lo que me deja descolocado, pues no es usual, son los vestidos que algunos hombres usan en distintos tonos y formas. Les luce bien, la verdad, aunque ciertamente aún hay gente del siglo pasado que se escandaliza.

Intento aflojar mi camisa de color negra —especial para la ocasión— al estirar la tela, pero nada vale para mucho. Las camisas me ahogan, en especial cuando se debe ir cerrado hasta el cuello. En el restaurant suelo soltar algunos botones, pero aquí no se puede. Hadley y Aster, por su parte, actúan con normalidad. El pelirrojo no se ha quitado por nada sus anteojos, lo que le hace lucir más elegante de lo que ya viste.

—Lástima que no dejan invitar acompañantes —se lamenta Hadley mientras llevamos bandejas con camarones. La mansión tiene rampas, así que eso hace más fácil el acceso—. Hubiera invitado a Andrew.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora