—La policía finalmente ha revelado más datos —anuncia el periodista que se encuentra a las afueras de la estación de policía—. La víctima, un hombre de veinte años, sufrió una mutilación de la lengua, y su corazón fue arrancado del pecho. Sus partes corporales no han sido encontradas...
Apago la televisión al escuchar a Rafael bajar las escaleras. «Actúa normal», pienso.
—¿Has visto una caja de chocolates que dejé en la mesa?
—No —contesto. Me levantó del sofá con Salem entre mis brazos—. ¿Y desde cuándo comes chocolate en el trabajo?
—Las personas cambian. —Corre a la cocina para abrir cada armario en busca de su caja misteriosa que jamás vi ayer. Deja escapar un gruñido cuando no los halla y se acerca hasta el marco de la puerta para mirarme—. ¿Seguro que tu gato no se los comió?
—Sí. Últimamente mi gato vive en la casa de las vecinas, así que no es posible.
—Está bien. Yo... compraré otros. Me tengo que ir.
Sale apurado, nuevamente. No sonrió, lo cual es raro, demasiado raro y preocupante. Él es el rey de la felicidad en esta pocilga. Si un día se inundase la casa, él le vería lo bueno al decir que sirve para trapear ahorrando agua, y lo peor es que lo haría muy feliz. O eso supongo del año y cuatro meses que lo conozco.
Bueno, no es que lo conozca recién.
A Rafael, por ser hermano mayor de mi papá, lo veía con frecuencia cuando yo era niño, pero al morir mis padres y yo ingresar en el sistema de adopciones, no lo volví a ver durante siete largos años. No sé con exactitud por qué apareció cuando yo tenía dieciséis, ni cómo me encontró a pesar de mi nueva identidad. Solo llegó a mi vida como un hombre arrepentido por no haberse responsabilizado de su sobrino; se presentó como un hombre amable que había perdido a su esposa un año antes.
Rafael no ha querido hablar de lo sucedido en esos siete años misteriosos. Apenas me ha dicho que Maya, su esposa, murió en un accidente de tránsito cuando iba de camino a su casa luego del trabajo. A pesar de ello, creo que él no quería verme porque le recordaba a la mujer que mató a su único hermano. Yo era, soy y seré el recuerdo de aquellas discordias entre esposos que terminó en un intento de asesinato y en un asesinato real.
Agarro mi mochila para salir de casa. No me apetece ir al colegio, pero tengo que hacerlo para no darle más problemas a Rafael. Así él solo tiene que lidiar con maestros enojados por mis malas calificaciones. Que yo vaya al colegio es un lujo, sacar buenas notas ya es avaricia.
—¿Podemos ir juntos? —pregunta una voz aguda a mis espaldas. Es Maddie, no necesito voltearme para reconocer su voz alegre. Ella y mi tío se llevarían bien. Tomarían té y galletas para hablar de la vida como dos ancianos jubilados.
—No.
—Como quiera iba a ir contigo. Tu instituto queda cerca del mío.
—¿Qué tus mamás no te cuidan?
—Lo hacen. Ellas se turnan para quedarse en casa y cuidarme. Pero quiero ser más independiente.
—Tienes diez años, apenas.
—Tengo once, amargado. ¿Por qué no debería ser independiente? ¿Tú qué hacías a mi edad?
«Cambiar de identidad y mudarme a otra ciudad», respondo para mis adentros.
Mantengo el silencio con la esperanza de que se vaya por otra parte. Ella empieza a silbar, como un jodido pájaro cantor. Detesto a los niños, pero no a tal punto como para golpearlos. Eso haría si fuese alguien contemporáneo a mí.
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Máscara Fragmentada
AcakKaden no tuvo una madre convencional: ella fue una asesina que cobró la vida de varias personas. Tras una serie de eventos sangrientos y años complicados en orfanatos, termina viviendo con su tío, quien, al sorprender a Kaden en una situación compr...