Capítulo 42

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Con la cerámica me doy cuenta de que tengo paciencia de sobra para todo menos para las personas.

Ha sido una buena forma de relajarme, aunque al inicio me frustré un poco hasta recordar cómo usar las manos. Y ya con eso, no sé cuántos jarrones, macetas y vasos llevo haciendo desde el domingo en la tarde. El punto es que me gusta mucho esta práctica, un poquito más que las esculturas. Puede parecer repetitivo, pero uno puede darle mil formas a un jarrón, y ninguno será igual a menos que lo decida yo. Además, es una buena forma de retomar este trabajo y luego pasar a algo más elaborado.

Y a pesar de ello, no puedo dejar de pensar en Aster.

En el torneo del viernes no dejaba de mirar al público, con la esperanza de que él estuviese allí. Al ganar mi pase a la fase tres, quise abrazarlo, por más raro que me haya parecido en su momento. Y pensé en él cuando fui a comprar la arcilla; y cuando bajé a escondidas al sótano a robar el torno y algunas herramientas que había en otras cajas.

La escena de la Feria se repite en mi cabeza, una y otra vez. A veces cambia un poco, pues me imagino diciéndole que sí quiero ese compromiso, entonces mi cuerpo siente un escalofrío.

Me había dicho a mí mismo que Aster no es Elías, sin embargo, cada que pienso en un compromiso, mis alertas se encienden y me ordenan huir, recordándome lo que ocurrió con mi exnovio. Cuando parece que todo va aclarándose, la oscuridad lo consume todo, otra vez, dejándome en donde empecé. Es como si huyera de algo... de la verdad, como lo había dicho antes. Mi yo interior prefiere no saber esas verdades.

Al final, no me interesa nada en absoluto. Si se acabó lo que haya tenido con Aster, pues bien, no me arrodillaré. Todo tiene un inicio y un fin. El fin de nuestra especie de relación también es el fin para mis cavilaciones, lo cual es estupendo.

Tomo una ducha rápida para quitarme la arcilla de la piel. Me pongo una crema en las manos para que no se resequen tanto. Me observo en el espejo, la pequeña cicatriz en mi pectoral derecho luego de haberme quitado ayer las suturas. El doctor dijo que, como siga recibiendo cortes así, podría agarrar una infección grave que se comería mi carne.

Bajo las escaleras para encontrarme con mi tío preparando el desayuno.

—¿Emocionado por el regreso a clases? —me pregunta, sirviendo la comida.

—Ya sabes que no.

Hoy lunes se regresa a clases. Lo que significa más tarea, exámenes y convivencia con más gente. Y ver a Aster. Ni siquiera le he mando un mensaje, no sé cómo voy a hacer si me topo con él.

—Bueno, pero no por eso no vas a seguir estudiando. Pasaste el semestre arrastrando, no quiero que te descuides en este. Solo te quedan menos de cuatro meses y acabas el colegio.

—Sin presiones, ¿verdad? ¿Y luego qué, entrar a la universidad? ¿Vender hot dogs en la esquina?

—Preferiría que fueses a la universidad —contesta algo cortante ya. Mi humor de perros no ayuda en esta conversación

—Pues no lo creo posible. No sé qué hacer con mi vida.

—Podrías seguir alguna ingeniería. Eres estupendo en los números. O seguir alguna carrera de contabilidad.

Eso suena... tan horrible. Digo, a quien le guste aquello, pues bien. A mí no me interesa nada de eso.

—Tengo que salir de nuevo —me informa—. Me llamaron del periódico y necesitan que vaya a Andalucrés. Han hecho una especie de convenio con un canal televisivo, y quieren entrevistarme como uno de los escritores más destacados. Me iré antes del mediodía.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora