Capítulo 33

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La sensación de vacío luego de uno explotar emocionalmente siempre es la parte difícil. Al menos en mi caso, no sé qué hacer luego, tardo un tiempo en reconectar mi mente con mi cuerpo y volver a la normalidad. Dicen que luego de la tormenta llega la calma, pero es una calma porque acabó la tormenta, sin embargo, los efectos colaterales del desastre quedan marcados en nuestra memoria por varios días, si no es que semanas, meses o años. A veces quisiera borrar esas marcas o desconectar el cable interno que crea recuerdos de momentos de nuestras vidas. Así no sopesaría cada suceso, cada acción, cada lágrima que mi inútil cuerpo derramó.

Otro mensaje llega a mi teléfono. Me giro sobre mi cama para revisar la barra de notificaciones. Es de Aster, amenazando con venir a verme si no doy señales de vida. El sábado me trajo a casa luego de mi episodio vergonzoso. Afortunadamente, Rafael había vuelto a dormirse así que no me vio. Aster se quedó conmigo por algunas horas, me curó las manos y me dio un té para calmarme. Me estaba irritando que me vigilase como si en cualquier momento me fuese a romper de nuevo, por lo que le pedí que me dejara solo, que fuese con su madre y que me deje pensar en paz. Luego vino la culpa por ni siquiera haberle agradecido, aunque intenté ignorar aquello porque ya tenía suficiente conmigo mismo.

Reviso sus mensajes y, sonriendo un poco por el sticker, le envío un punto, aunque luego añado algo más.

 No es como que se me haya ido ese vacío, pero Aster lo ha llenado un poco con sus ocurrencias que me hicieron sonreír

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No es como que se me haya ido ese vacío, pero Aster lo ha llenado un poco con sus ocurrencias que me hicieron sonreír.

Me pongo ropa, lleno un tomatodo con un poco de whisky que me sobra, y guardo la carta en mi mochila, carta que debo leer antes de mi clase de Literatura. Me pongo un nuevo par de vendas para cubrir las heridas de mis palmas. Paso por la cocina y me llevo unas galletas Oreo de la alacena que serán mi desayuno. Dejo la casa solitaria porque Rafael fue de viaje a Centinela para agilitar la investigación de si mamá pidió atención psicológica.

Después de mucho tiempo veo a Maddie ir sola a la escuela. Sus ojos grises me miran con emoción, conteniendo las ganas de abrazarme. ¿Por qué todo el mundo quiere abrazos? Un pequeño impulso me hace pasar mi brazo por sus hombros y pegarla a mi cuerpo sin detenernos. Ella me rodea la cintura. Al que igual que con Naomi y Aster, ella me hace sentir seguro y aceptado, omitiendo el repudio que nace por el gesto meloso. Al final la aparto porque ya ha sido demasiado.

—Eso ha sido un gran avance —exclama Maddie—. Estás mejorando.

—No hagas un drama por un simple abrazo.

—Es que es el abrazo. Los primeros días ni siquiera querías memorizarte mi nombre. —Sonríe de oreja a oreja. De seguro ya se está imaginando que somos alguna clase de amigos. La dejaré hacerlo, por ahora, supongo—. ¿Y ya te enamoraste de Aster?

El viento frío me pega en el rostro.

—No digas tonterías.

—Solo digo lo que me cuentan. Naomi dijo que el sábado los vio a ustedes dos tomados de la mano mientras iban al centro de salud para visitar a la señora Juliette.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora