Capítulo 46

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El timbre da por finalizadas las clases del día de hoy. Sacudo un poco la cabeza para quitarme el aturdimiento del cerebro por tantas cosas raras de química que hay la pizarra. Mis compañeros se apresuran en tomar apuntes o fotos, igual de estresados que yo, mientras que Collins se sienta en su silla con una tranquilidad inhumana, como si en su cerebro no hubiera miles de fórmulas químicas y nombres impronunciables.

Trato de salir del salón de clases, sin embargo, Eleonor me hace una señal para que me acerque.

—¿Cómo estás? —me pregunta—. Rafael me contó lo ocurrido... que tiene un hijo y... ya sabes el resto.

—Ya. Y me imagino que está de su lado.

—No estoy del lado de nadie. Soy un neutrón: ni positiva ni negativa.

Humor de inteligentes, supongo, porque no le entiendo nada. Mi cara debe ser de desconcierto total que hace un gesto para restarle importancia.

—No tardará en regarse la noticia —observa.

—Ya lo sé. Pero, al fin y al cabo, todo pasará luego de unos días. Y seguro se olvidan de ello. Soy mejor que un simple incidente, mejor que todo, a decir verdad, y luego regresarán todos los halagos bien merecidos.

Me mira por unos segundos antes de añadir:

—Tú eres... —Se detiene, con los labios entre abiertos, dudosa de si seguir o no. Entonces, niega con la cabeza y se forma una pequeña sonrisa que da por zanjado el tema.

—¿Soy qué? —pregunto, un poco más grosero de lo que me hubiera gustado.

—Ya olvidé lo que te iba a decir. —Mira la hora en su reloj—. Uy. Ya debo ir a almorzar si no quiero empezar tarde. Les ofrecí una clase extra a un grupo de alumnos.

Se pone en pie para guardar sus cosas. Me parece que finge que no estoy aquí, así que me marcho de su salón. ¿Qué habrá sido eso que me iba a decir?

Caminando por los pasillos, marco al teléfono de Aster por quincuagésima vez desde que nos separamos una vez que acabó el receso. De nuevo, me salta el buzón de voz. Y de nuevo me martirizo por la preocupación. No lo he visto desde entonces, ni me ha mandado un nuevo mensaje desde aquel:

 No lo he visto desde entonces, ni me ha mandado un nuevo mensaje desde aquel:

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Salí de mi clase nada más leer el texto, pero él ya se había ido. Lo busqué por todos lados sin éxito alguno. Empecé a llamarle, pues tras mi segundo mensaje ya no le llegaba nada a WhatsApp.

—Es como si la tierra se lo hubiera tragado —exclama Hadley al aparecer en una esquina. A ella le sigue Travis, con la laptop en mano, intentando rastrear el móvil del pelirrojo—. Si el profesor de Historia hubiera llegado enseguida, él no hubiera podido salir.

Los tres caminamos a la salida. Hadley tironea del brazo del castaño para ver la pantalla. Le hace preguntas, ofrece opiniones y pone atención a lo que sea que haga Travis. A este paso, el Chico Tecnología no nos hará falta nunca más. Ya afuera veo a mi abogada esperándome, quien se une en nuestra caminata al diner.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora