Capítulo 61

163 33 27
                                    

Escupo el agua tras cepillarme torpemente los dientes por milésima vez. No ha sido una buena mañana, considerando el vómito, sudores y cansancio excesivo. Mi aspecto es terrible. Mi cabello está enredado, tengo unas ojeras enormes y varios raspones en la piel, y mis ojos están inyectados en sangre por apenas haber dormido.

—Tu consumo de alcohol es demasiado alto para alguien de tu edad —me había dicho el doctor que me atendió en Andalucrés—. Si continúas de esta manera, los síntomas de abstinencia serán de gravedad.

A ese hombre le daría satisfacción saber que estaba en lo cierto. La maldita abstinencia me está dejando cada vez más débil; es mucho más fuerte que la primera. Al menos no a tal grado de morir, porque sí, hay casos en los que se llega a los delirios, convulsiones y otros síntomas que comprometen la vida de quien tenga abstinencia.

No me había preocupado de ello ya que se supone que tenía el control, pero tal vez estaba equivocado.

Salgo del baño de Aster y me tumbo boca abajo en la cama. Su reloj digital marca las diez de la mañana.

«Cinco horas y media sobrio», pienso.

No sé por qué empecé a contar el tiempo desde la última vez que me metí la droga. Simplemente lo hago. He estado aquí desde entonces, apenas cerrando los ojos unos minutos. Mi mente iba entre salir de aquí y buscar algo que consumir; y torturarme con pesadillas, recuerdos y sentimientos que parecían olvidados.

Salem se acuesta a mi lado. Me río un poco al recordar una vaga conversación con mi gato, en la que le reclamaba por qué era tan agresivo y él me ignoraba por completo.

La puerta se abre, dejando ver a Aster con bandeja que contiene fruta picada, huevos revueltos y un tomatodo transparente con agua. Él no parece cansado en absoluto. Se ve tan lindo como siempre, incluso si sigue con una ropa de pijama. Los cristales de sus lentes brillan un poco al chocar con la luz solar que entra por las ventanas, iluminando así sus ojos celestes de un agua cristalina.

—No hagas gestos —me advierte—. La doctora que te atendió dijo que debes comer para recuperarte bien.

Deja la bandeja sobre su mesa de noche y se sienta junto a Salem. Me pasa su mano por mi rostro, sin importarle si sigo asqueroso. Me reconforta demasiado su tacto. El contacto físico ya no parece tan desagradable, en especial si el que me toca es Aster.

Mis ojos van a su escritorio, en donde puso algunas de mis cosas que fue a traer de mi casa. Allí están los regalos que me dieron mis amigas, y el que más me fragmenta es el de Naomi. Ella me consideraba su mejor amigo. Todavía recuerdo lo que me dijo en esa llamada, la que me impulsó a aceptar que estoy enamorado de Aster:

«Aquí aprendí que la única forma de vencer todo eso, es enfrentándolo, porque si nos ocultamos, simplemente le damos más poder».

Enfrentar la tristeza... Creo que lo he estado haciendo en toda la mañana, llorando como magdalena y sintiéndome de la mierda. Y aceptando varias cosas, como que Eleonor ya no está, que Maddie se ha ido y que mi vida ha sido un completo asco por culpa de mis padres. También he pensado en mis acciones, en todo lo malo que le he hecho a las personas. Ha sido una reflexión muy profunda, quizá una reflexión acumulada por tantos años de ignorancia de mi parte.

Aun así... No dejo de sentirme abrumado. Supongo que replantearme mi vida no va a suceder de un segundo al otro.

—Recuéstate aquí. —Él palmea las almohadas. Me arrastro como puedo hasta descansar mi espalda sobre estas, quedado ligeramente sentado en el colchón—. No puedo creer que tenga que alimentarte como a un bebé.

Agarra el tazón de fruta. Pincha un trozo con el tenedor y lo extiende hacia mi boca, bromeando de que es un avioncito y haciendo sonidos infantiles que me causan un poco de gracia. Abro la boca tras tanta insistencia e intento disfrutar el sabor dulce.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora