Capítulo 40

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Sofía Carrillo, miembro activo de la FPC (Fundación de Psicología de Centinela), fue la que atendió a Elizabeth Carrera Reynolds. Mi mamá solicitó este recurso el 15 de julio de 2013, dos meses después de ser condenada. Se lo otorgaron el 26 de ese mismo mes, veintidós días antes de su suicidio.

A final de cuentas, mi madre no pudo consigo misma y terminó suicidándose. Antes de que Rafael me entregara estos papeles, me había preguntado por qué solicitó un psicólogo. Ella salió bien de las pruebas que le hicieron durante los juicios, ningún doctor mencionó algo de su salud mental. Mi hipótesis más coherente era que había fingido estar bien para que el proceso acabara más rápido, lo cual me evitó mil problemas, que era lo que ella quería. Y terminé confirmando mi idea y añadiendo nueva información al leer los registros. En sí, todos los documentos son transcripciones de las sesiones de terapia, así que no hay ambigüedades, todo lo detallado aquí fue lo que mi madre expresó.

Elizabeth quiso contar su historia, desde el inicio, desde que conoció a Patrick en una feria de cerámica hasta la última muerte. Esa fue la razón para solicitar un psicólogo.

Mi padre ya era un desempleado vago desde antes de conocer a mamá; tenía un título de informático, pero no tenía ansias de conseguir empleo, sino una billetera humana. La consiguió en mamá, pues su familia tenía posibilidades económicas para muchas cosas, a diferencia de la de él que era de escasos recursos. De una u otra forma, Patrick consiguió cubrir sus sucias intensiones y enamoró a mi madre. Aunque tampoco fue muy difícil, ya que mi madre no tenía un núcleo familiar que le abriera los ojos, pues fue hija única y sus padres murieron años atrás.

Ella nunca supo de las intenciones de Patrick hasta que yo le conté lo del jardín, cuando lo vi a él manosear a Margaret, y al decirle de las amigas que él llevaba a casa. Aquello fue el detonante para que ella investigara actitudes sospechas de papá, encontrando el lavado de dinero y las alianzas con pandillas. Para capturar las infidelidades, puso cámaras escondidas en la casa, pero no captó aquello, sino a él golpeándome para que me aprendiera un diálogo nuevo para mamá: «Nunca estás aquí, te odio». Eso colmó a mi madre y decidió enfrentarlo de una vez por todas.

Los diálogos eran típicos de él, quería que se los repitiera a ella como una acusación. Lo hacía sin rechistar por miedo a que cumpliera sus amenazas: quemarme el cabello, dejarme afuera en la nieve; darme en adopción. No sabía que eso le hacía tanto daño a mi madre, no sabía que era parte de una manipulación.

Elizabeth relató que Patrick siempre la había manipulado de esa forma. Ella era la encargada de la economía, pues mi padre fingía no encontrar trabajo. Así que él usó eso para desgastarla, mencionando que se olvidaba de su familia, que me dejaba abandonado. La culpaba de mis cambios de ánimo —que en realidad eran por sus abusos— y que no estaba comiendo adecuadamente. Él se hacía el superhéroe, poniéndose como el padre del año, el que nunca descuidó a su hijo. La trataba como basura; consiguió que ella creyese que no merecía ser madre, ni merecía un esposo como él, mucho menos la «hermosa» vida que teníamos.

Aster se sienta junto a mí en sillón de cuero del diner, regresándome a la realidad y no a los recuerdos de lo que leí. Me fijo en la carpeta sobre la mesa, a la espera de ser abierta para continuar con la lectura. Procesar todo lo anterior ha sido complicado y me ha llevado algo de tiempo leerlo. Me llega una sensación de frío el pensar que esto pasaba justo delante de mis narices y que no hice nada para detenerlo. Desde pequeño fui un confianzudo y un cobarde. Pero ya no más.

—¿No se supone que debes estar trabajando? —le pregunto.

Mi caminata para despejar la mente me trajo aquí al restaurant y, aunque sabía que debía irme porque Aster podría querer hablar conmigo, me quedé.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora