Capítulo 51

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Me pregunto qué será de Rafael. No lo he visto desde ayer en la mañana que fue cuando hablamos. Tras regresar del colegio, la casa estaba vacía, al igual que cuando Aster y yo pasamos por ahí en la tarde para traer mis cosas para la noche de películas. Espero que esté bien. Espero que no le agarre la locura de conducir a mil kilómetros por hora de nuevo. No desearía tener un funeral, a menos que yo sea el que esté en el ataúd.

La noche fue tranquila, si no mencionamos que, al parecer, me asusto con facilidad al ver una peli. Aster fue el que eligió las películas, unas de terror con todo tan explícito que hizo que mis músculos se paralizaran en su sitio, lo que me hizo olvidar cualquier intento de tener sexo con él. Tres títulos y medio después, Aster cayó dormido como si nada, mientras yo seguía sudando frío por cada grito de la pantalla.

La única ventaja de eso último fue que pude beber el ron de mi tomatodo. Me estuve aguantando toda la noche porque Aster me advirtió de controlarme o habría serias conversaciones. Es difícil, pero si puedo evitar aquello, no tengo otra opción. No quiero que se piense que es una adicción o alguna tontera de esas.

Giro mi cabeza a la mesita de noche, de un color beige totalmente limpio. Sobre esta hay un reloj digital que marca las seis de la mañana. Y al lado está mi tomatodo negro, totalmente vacío y rogando por ser llenado de algún licor que me active para empezar la mañana.

Escucho un ruido proveniente de abajo, y dos segundos más tarde, Salem, que se autoinvitó anoche, entra por la puerta, directo a la cama con un aire asustado.

—¿Aster ya rompió un plato? —le pregunto al minino. Me responde con un maullido.

Tomo una ducha rápida y me cepillo los dientes luego de levantarme de la cama caliente. Trato de dejar todo en su sitio, consciente de que él podría darse una cháchara de una hora sobre por qué uno debe ser ordenado, como cuando aún trabajábamos juntos en el restaurant y algo no estaba bien colocado.

Apenas salgo del baño, completamente desnudo y secándome con la toalla, Aster entra, ya arreglado totalmente. Se queda petrificado en el umbral de la puerta, y sin vergüenza alguna, sus ojos me recorren con cierta hambre.

—Bonita forma de iniciar la mañana —comenta—. Espero que no estés a dieta, porque hice un buen desayuno.

En serio que podría acostumbrarme a que me haga la comida. Aunque, obviamente, yo también tendría que aprender algo para poder ser recíprocos. No es mi sirviente, a fin de cuentas.

Me apresuro a vestirme y bajo con él a la cocina. Me asombro por lo que hay sobre la isla: torre de panqueques con miel de maple , fresas con crema, chocolate caliente y un pequeño papel doblado.

¿Por qué siento que esto es algo especial? ¿Acaso es una especie de aniversario y lo olvidé?

A ver... Hoy, cuatro de marzo, no es un día especial, según yo.

—Con esto seguro se te pasa el susto —dice en tono burlón, sentándose al frente de mí.

—No estaba asustado.

—Ajá, claro. Cuando apegué mi cabeza a tu hombro se oían los latidos de tu corazón a tope. Creí que te iba a dar algo ahí mismo.

Mejor no decir nada más o voy a salir peor parado.

Abro el papelito tras un bocado de los dulces y blandos panqueques.

Otro día más en el que no me arrepiento de haberte conocido. Te quiero, de veras.

Me muerdo el labio para no sonreír de oreja a oreja. Pueden parecer simples palabras, sin embargo, el que él me las haya escrito con su linda letra es una forma de guardarlo en lo más profundo de mí, en una caja fuerte donde lo tendré como un recuerdo infinito.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora