Capítulo 52

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Mi cerebro se ha esforzado en olvidar muchas cosas.

Hasta antes de esta especie de sorpresa, en mi mente estaba la idea de que nadie se había acordado de mi cumpleaños en todo este tiempo. Pero estaba equivocado. Simplemente enterré los recuerdos porque no me gustaba el dolor que ese tema causaba. Era un constante pinchazo en la realidad: que mis padres estaban muertos y que no tenía una familia con la cual compartir. Lo típico de un niño, querer una familia, querer atención.

Al menos aprendí que es mejor estar solo.

O no.

Mi cerebro se conecta con la realidad, con las luces neones que iluminan el diner que ya no tiene las ventanas cubiertas por nada. En su lugar, los marcos están decorados por globos fosforescentes que hacen juego con el estilo del restaurant, y de estos caen unas tiritas doradas que refulgen a la luz. En el centro están juntadas algunas mesas para crear una sola de tamaño grande, cubierta con un mantel, y sobre esta hay un bufet de todos los sabores y colores.

Me centro en la barra, donde los cuatro locos están mezclando bebidas libres de alcohol. También miro a Eleonor y Angélica, que luchan por decidir si comer camarones al ajillo o alitas BBQ. Su presencia me causa... incomodidad, no como la de querer echarlos porque no los soporte, sino una muy diferente que no puedo explicar.

—Aster es un buen chico —comenta Rafael, sentándose junto a mí. Mira fijamente el regalo del pelirrojo entre mis dedos—. Él sugirió todo esto para ti.

—Imagino que impulsado por ti.

Él niega y mira a la barra.

—El domingo pasado fue a buscarme a casa de Eleonor. Preguntó si hoy era tu cumpleaños, lo cual me sorprendió mucho, porque, ya sabes, no hay fechas reales publicadas.

Mamá consiguió desviar muchos detalles de mí, entre ellos, el día en que cumplo años. Lo hicimos pasar por un 14 de julio y todos se lo tragaron de una pasada. Nadie averiguó a fondo, así que lo publicaban en cada reportaje. «El Día Cero», recuerdo que lo llamó un analista, insinuando que mi nacimiento fue el comienzo de la locura de mi familia.

—Quería saber eso y si tenía algo planeado para este día.

—Espera —le detengo, captando un detalle—. ¿El domingo pasado?

—Sí. La memoria no me falla todavía.

El domingo pasado... Él y yo habíamos peleado por haberlo recibido borracho en casa, porque él trató de apoyarme y yo lo eché como si nada. Incluso si estaba enojado conmigo se tomó la molestia de averiguar para hacerme un detalle especial. Apartó sus pensamientos... por mí.

—Le dije que no me importaba —se sincera mi tío—, que hiciera lo que quisiese. Y ayer me buscó de nuevo, preguntando si quería participar en lo que tenía planeado. Acepté, aunque no muy optimista por lo ocurrido el año pasado. No quería que a él le doliese como me dolió a mí.

—¿Dolor por qué?

—Porque lo olvidaste. De pequeño adorabas tu cumpleaños, y al ver tu mirada confundida esa vez, fue como si me hubieran clavado una estaca en el pecho.

Eso fue parte de lo que enterré, a él llegando del trabajo con una reservación a un restaurante elegante y gritando «feliz día». Y yo como andaba medio borracho en su antigua cocina, le dejé abrazarme y felicitarme sin saber el motivo. Luego nos cayó el balde de agua. No fue nada bueno recordar mi cumpleaños, porque eso me hacía traer a cuento lo que sucedió el año anterior a ese.

Lo único bueno fue que Jordan ya estaba en prisión y no podía arruinarme mi horrible día. Ah, y que a la final sí fui al restaurant para aprovechar la barra libre sin que se diera cuenta.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora