Capítulo 56

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Una caravana de camionetas, camiones y autos pasa por la casa de Aster. Están repletos de muebles, electrodomésticos... se llevan sus vidas, básicamente. La noticia del ataque a las chicas se regó por todos lados, así que la gente se va del pueblo temporalmente y otros se van definitivamente para no tener que ser el siguiente cadáver. Me pregunto en cuánto tiempo este pueblo quedará vacío y en el olvido.

Dejo de mirar por la ventana y me siento en el puf azul al lado del escritorio de Aster, cargando a Salem sobre mis piernas. El pelirrojo está sentado en su cama, ajustando las cuerdas de la guitarra eléctrica que Andrew le prestó. Me fijo en una caja que está debajo de la mesa, una colección de materiales de bordado, como alfileres, agujas e hilos, todos ordenados en cajitas de plástico con tapa. Los bastidores están acomodados a un lado, del más pequeño al más grande.

—¿Desde cuándo haces bordados? —le pregunto.

—Desde que era pequeño. Mi madre biológica me lo enseñó, era su arte.

—Heredaste lo bueno de ambas partes, por lo visto.

—Supongo que sí. Aunque por esa época era un poco pesado. Ambos medio competían por ver a cuál de sus enseñanzas me inclinaba más, y pues había un poco de presión. —Rasga la guitarra y el sonido se reproduce en el amplificador (igual de Andrew)—. Me la pasé practicando día y noche en los hogares temporales, ya que no tenía casi amigos y estaba muy aburrido.

—¿Y dónde están tus trabajos?

Por donde quiera que mire, no hay nada relacionado a sus bordados más que la caja que acabo de rescatar.

—Bajo la cama.

—¿Puedo verlos?

Él asiente en lo que empieza a tocar el instrumento. Do I Wanna Know? de Arctic Monkeys es lo que canta, la quinta canción de la semana. Ha estado indeciso de cuál interpretar para el Festival de hoy, y ha ido variando entre este grupo y otros de rock alternativo. Me parece que son su estilo, su voz queda como anillo al dedo.

No encuentro una, sino cuatro cajas debajo de la cama. Me asombro al abrirlas una por una. En mi cabeza el bordado era poner florecitas o cosas así, pero él me ha dado una bofetada bien fuerte. Parecen pinturas que sobresalen de la tela, desde ángeles siendo flechados, animales de la mitología griega, hasta un paisaje apocalíptico donde las plantas se han tomado los edificios. También hay personas con poderes elementales, galaxias, planetas, monstruos con aires de la muerte. Desde lo más simple hasta lo más complejo.

Dos son los que captan más mi atención. Uno de rostros de un hombre y mujer, hechos a base de hilos cruzados entre sí, sin un patrón en específico, como si hubiera garabateado sobre la tela; reconozco sus caras: son sus padres. El siguiente es un chico castaño desde la mitad del torso, que usa un suéter de lana blanco; se está arrancando el rostro y de este sale sangre negra que chorrea por sus antebrazos, manchando partes de su ropa. Me fijo en que el personaje tiene una especie de tatuaje: un girasol y por detrás una nota musical que no logro identificar.

Levanto la mirada. Aster tiene los ojos cerrados, ensimismado en la canción, en el coro de la parte final. Ha estado así desde que Maddie se fue el lunes. Cada que canta es como si se fuese a otro lugar, apenas y presta atención si alguien le habla en esos momentos. Se hunde en su propio ser, lo sé por experiencia, me pasa cada que empiezo a golpear a algo. A él le ocurre con la música, quiere no pensar en nada más que en eso.

—¿Todo bien? —le pregunto cuando parece volver a la realidad.

—Sí. Me decidí por esta canción. Espero que Andrew no me mande a la fregada por estar cambia y cambia a cada rato.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora