Capítulo 21

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Cuando caen los platos, entro a la cocina y agarro dos cuchillos. El pequeño me lo guardo en la cinturilla del pantalón y con el más grande apunto en dirección a papá. Él se ríe de mí, vuelve a patear a mi mami en el abdomen.

—Corre —me ordena ella, retorciéndose del dolor.

—Vamos, Mason —me incita él—. Atácame antes de que la mate.

Me acobardo. Me quedo paralizado, temblando y con la respiración agitada. Él sonríe más ampliamente, y se lanza contra mí.

Abro los ojos, aliviado de estar a varios años de ese día. Me doy cuenta de la manera en la que estoy en la cama. Aster está cerca de mí. Noto una de sus piernas entre las mías. mi mano está sobre su mejilla, y él abraza a medias mi antebrazo. Continúa dormido tan tranquilo, a diferencia de mí que no logro controlar mis latidos del corazón alterados por la pesadilla. Permanezco así unos segundos, apreciando lo que no he apreciado por tantas peleas: que es muy guapo. Hasta que empieza a moverse, a despertarse.

Me alejo de él. Finjo estar mirando al techo mientras él se despereza como gato, estirando su cuerpo lo más que puede. De reojo noto que me observa, pasando su brazo izquierdo por debajo de la almohada. Creo que observa demasiado la herida de mi pómulo, la que me hizo el enmascarado al golpearme con la barra de metal.

—Lo que sea que busques, no está en mi rostro —le digo—. Excepto la belleza.

Él se ríe y hunde su cabeza en la almohada para seguir carcajeándose. No sé si tomarlo como halago o insulto. A frases similares, he obtenido silencio, mejillas sonrojadas, gestos que me dicen que me creo el mejor (aunque lo soy), o afirmaciones. Nunca una risa. De Aster, estoy aprendiendo a esperar lo inesperado.

—¿Qué te causa tanta gracia? —inquiero, volteándome.

—Tu respuesta. —Levanta el rostro de la almohada, con esa sonrisa ligeramente ladeada—. La seguridad con la que lo dices.

—¿No crees que soy guapo?

—No he dicho eso. Me causa gracia la seguridad arrogante con la que lo dices. A mí me gusta que sean seguros, sí, pero que tampoco se crean los dioses griegos que nadie puede tocar.

Me mira otro rato antes de soltar algo.

—Tienes lindos ojos. Eso te hace más inusual de lo que ya eres.

Salem salta a la cama, interponiéndose entre los dos y cortando la conversación. Suspiro despacio pues se ha acabado ese picor en el pecho. Al intentar acariciar la cabeza de Salem, termino coincidiendo con la mano de Aster. Las retiramos al toque. Eso me recuerda un poco la Noche Borrosa (llamémosla así a la del vodka alterado), en donde pasó lo mismo. Pequeños fragmentos de nuestra conversación también se hacen presentes, de sus padres que querían adoptar un gato. Según lo que busqué, ellos dos eran voluntarios en refugios de animales, en donde hacían labores de rescate y búsqueda de hogares para mascotas. Eso explicaría la afinidad de Aster con Salem, porque él trató con diferentes animales en su infancia.

Hago otro intento de acariciar a Salem y esta vez no hay manos extra. Su pelaje es tan suave como siempre, uno que me da cierta paz, en especial cuando solo estamos los dos.

—¿Desde cuándo lo tienes? —me pregunta Aster. Salem posa su pata sobre la mano de Aster, la que está por sobre la almohada.

—Desde que tengo quince años. Apareció en un hogar temporal —añado una mentira.

Fue un 21 de noviembre de 2019. La comida del hospital era un asco. Me daban una sopa incomestible, siendo lo único bueno un pedazo de pollo. Ese día no tenía mucha hambre, seguía llorándole a Elías como un imbécil y, en medio de esas lágrimas, escuché su maullido. Había entrado por la ventana abierta. Un gato pequeño, de pelaje gris un poco sucio, caminó hasta cerca de mi camilla, se subió y se acercó a la sopa. Al tratar de espantarlo casi me salta encima, así que le dejé que se llevara el pollo. Y ahí empezó una rutina de robos de mi comida, para luego yo robar cosas de la cafetería y alimentarlo. Conforme pasó el tiempo, me dejó acariciarlo y se hizo mi amigo. Una semana después, me sacaron del hospital, con nuevo nombre, hacia una nueva ciudad. Ya en el auto de Janet, Salem saltó por la ventana del copiloto y entró conmigo en el momento en que partíamos.

Máscara FragmentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora