Adriano
La música es apagada, los gritos y el barullo de las cientos de voces entremezcladas inunda el ambiente, y aun así, siento mi cabeza en blanco, sin saber cómo reaccionar y un zumbido en los odios que incrementa mi sensación de letargo. Me encuentro en uno de esos momentos en los que el mundo parece detenerse a tu alrededor, minutos en los que te falta el aire, te embarga la sensación de ahogo que susurra que todo se ha acabado, hasta aquí llegó. Ese hormigueo de que todo va mal subiendo por la piel...
El grito de una chica pidiendo ayuda me hacer reaccionar, sin perder más tiempo me quito mi chaqueta y la utilizo para hacer presión sobre la herida del costado, mientras Simone se pone a mi lado presionando la otra herida de Fabrizio llamando a emergencias con el teléfono pegado a la oreja.
—Federico...—empieza mi hermano hablando débilmente— va a enfadarse cuando—hace una pausa respirando con dificultad, —sepa que le ha pasado al traje, parece que tiene un agujero— ríe intentando bromear apenas con fuerza.
—No digas tonterías, Fabrizio, — la idea de perderlo no me permite apreciar su humor...Coloca su mano sobre la mía y me da un apretón. Fijo mi vista en ellas, ambas manchadas de sangre, su sangre. Trago con fuerza intentando deshacer el nudo que se forma en mi garganta y junto nuestras cabezas. — Lo siento hermano, esto es culpa mía. Juré que iba a protegerte siempre y he fallado antes de lo que se podría esperar.
—Gajes del oficio... No puedes... controlar todo...
Aprieto la mandíbula cuando él lo hace con mi mano una vez más, siento mucha rabia en este momento. No puedo mirarlo a los ojos, la culpa me corroe, cualquier tipo ataque yo debería haberlo recibido, no él. Concento mi mirada en mi mano intentando contener la sangre, que a gran velocidad nos baña y se cuela entre mis dedos.
Mi hermano solo murmura tonterías con su semblante lívido, sobre cosas que no se arrepiente de haber hecho y no le contesto, Simone se encarga de disuadirle de su idea de muerte y alentarle. De los tres, él siempre ha sido a quien se le dan bien las palabras.
Fabrizo intenta llamar mi atención varias veces pero no aparto mi mirada de su cuerpo, conectar con esos ojos tan parecidos a los míos es algo que simplemente no puedo, o no quiero, no quiero ver cómo van perdiendo la vida que rebosan cada día.
Todo por mi culpa.
En el exterior el sonido las sirenas irrumpen en la noche. Las ambulancias llegan a la discoteca y varios paramédicos entran a atender a algunos de los heridos por la estampida. El lugar esta vuelto un caos y no paran de entrar personal de emergencias. Un grupo de ellos nos rodea y tras un breve reconocimiento piden una camilla para asistir a mi hermano.
Simone me aparta tomándome por la espalda para que los médicos puedan atender a Fabrizio como se debe y apenas me resisto.
Me siento débil, a él no puedo perderlo. Por mucho que diga que es idiota, siempre será ese niño al que consolé por noches tras la muerte de nuestra madre, mi mano derecha, mi mejor amigo, mi compañero... Él no puede dejarme, prometimos estar siempre el uno para el otro.
Le colocan el oxígeno y una intravenosa mientras otros estudian y contienen sus heridas para contener la pérdida de sangre. Son rápidos en actuar, no pierden demasiado tiempo y lo llevan fuera. Sigo cada uno de sus pasos, no hace falta decirles nada, saben a quién están atendiendo desde que entraron en el edificio, el que parecía estar al mando se dirigió a nosotros por nuestro apellido.
— Vayamos al hospital— dice mi primo mientras no aparto la vista de la camilla que están montando en la ambulancia.
— ¿Dónde esta Vitale?
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Inevitable Destino
RandomUn mundo en que la sangre se paga con sangre, la palabra del capo es la ley. Gabriella Vitale lleva años lejos de sus raíces, libre del yugo del deber para con la familia. Disfrutando de su vida cómoda y relajada, intentando olvidar aquello de lo qu...