Capítulo 42

77 7 1
                                    

Simone

Otro día más y todo sigue igual, ya van quinientos cuarenta y uno. Sigo fingiendo que todo sigue y no me afecta, en cambio ni yo mismo me lo creo. Debo concentrarme en trabajar. Aparco mi coche junto al de Fabrizio en el puerto y camino al interior de la nave. Me envuelven el olor a típico de un taller junto al sudor y la sangre cargados de salitre. Apenas la luz del amanecer entra por las ventanas, además de que algunos de los montones de cajas se la roban, pero eso no evita que capte la escena brutal que se desarrollan en mitad del espacio. Seis hombres armados rodean el semicírculo que recogen a las dos personas que busco, las cuales se encuentran de espalda, dirigiendo su atención al tipo que se está ganando tooodo el amor de mi primo.

— Pensé que Adriano estaba en Positano.

Me paro junto a Fabrizio que me tiende su cajetilla de cigarros para que tome uno mientras vemos a su hermano golpear al hombre que se hace llamar "El Pelirrojo". Tiene la cara desfigurada pero aun puedo reconocerlo, además de que no tengo dudas tras el mensaje que recibí.

— Vino en cuanto le informé de que lo habíamos atrapado.

— ¿Cuánto lleva así?

— Desde anoche, un par de horas después de pisar la ciudad— me mira y guarda el paquete que le doy de vuelta y prende su cigarro ofreciéndome fuego después.— Solo ha hecho una pausa cuando el desgraciado se desmayó.

— Lo va a matar.

— Es lo que quiere.

Adriano encaja otro golpe en el hombre que yace colgado de las cadenas y esta suelta un alarido de dolor. Si bien aprecio a mí primo, debo reconocer que a veces me preocupa su brutalidad, y al tiempo hay algo poético en ella que me hace querer ver más.

— Le ha roto una costilla.

— Aún no debo intervenir — comenta Fabrizio tranquilo.

De repente Adriano se detiene ante un murmullo del hombre. Pide que lo retiren, lo curen y lo encierren, con su cara iluminada por el triunfo voltea hacia nosotros. Evaluando su aspecto, no se le ve tan mal, su ropa no se ha manchado demasiado y tampoco parece no haber dormido en toda la noche.

— Tengo algo que hacer— pasa junto a nosotros y palmea a su hermano que se muestra fastidiado por la mancha de sangre que deja en su chaqueta.

Espero junto a Fabrizio a que abandone el espacio y luego volteo hacia el para hablar.

— ¿De verdad está bien?

— Con lo que acaba de hacer dormirá como un bebé.

— Lo noto tenso.

— Vive tenso desde que Gabriella nos dejó. — Admite. — Aún estoy esperando su quiebre. Creo que se avecina uno, deberías ir advirtiendo a tu padre.

— No creo que esos métodos sigan siendo efectivos...

—Es lo único que lo trae de vuelta cuando se satura.

— Noquearlo hasta que queda manso como un corderito no es una gran solución.

— ¿Que sugieres pues?

— Que deje salir su mierda, podemos ayudarlo con la carga.

— Se lo vas a decir tú...— se mofa.

— Estuvimos bien cuando lo hicimos.

— Ya, pero si no eres consciente, ahora cada uno guardamos un montón de mierda, aunque si eres el primero en abrirte y reconocer que tienes un puto problema, voy a estar el primero en apoyarte. A ambos en realidad. — Gruño molesto. — Si, eso pensaba.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora