Capítulo 54

61 8 0
                                    

Adriano

— Estoy cansado de oír toda tu mierda. — descruzo mis manos de bajo mi barbilla y miro mi reloj. — Llevas casi hora y media aquí, hablando sobre tu trabajo, el cual me da igual, pero solo haces que dar vueltas evitando lo que sea que haya provocado tu visita y aún no me has dicho lo que quieres. No me creo que hayas venido a ponerme al día sobre tus nuevos proyectos y tampoco voy a volver a preguntar qué haces aquí, o hablas, o te vas.

— He roto mi compromiso.

— ¿Debo felicitarte?

—Podrías mostrar más emoción. — Francesca cruza sus brazos sobre el pecho haciendo parecer mayor el volumen de sus tetas, las cuales no evito mirar. — Esto lo he hecho por nosotros. Dijiste que no estarías con una mujer casada, ahora no voy a estarlo.

Suelto todo el aire pasando una mano por mi cara. Fui directo, parece que no claro, la mujer frente a mi parece no ver lo obvio y no sé cómo decírselo sin armar un alboroto. Cambio el peso de mi cuerpo sobre la silla, apoyo mi codo en el reposabrazos y dejo que mi barbilla descanse sobre el puño de mi mano mientras con el índice tocó mis labios.

— No deberías haber hecho nada.

— ¿Qué quieres decir?

— Es obvio.

— No debe serlo tanto cuando no lo entiendo. Ahora soy una mujer soltera.

— Nuestra historia pasó, Francesca, ambos sabíamos que era algo temporal.

— ¿Temporal...?— repite en voz baja.

— Algo pasajero para divertirnos. ¿Qué gracia tiene ahora? A ti te gustaba ser infiel y a mí me gustaba la idea de que fuera algo puntual, sin compromiso. Algo temporal.

— Lo he hecho por ti — levanta la voz molesta.

— Nunca lo pedí, ni lo quería.

— Tiene que ser una broma, Adriano...

Mi teléfono suena y le hago un gesto para que guarde silencio. Mi tío está al otro lado cuando respondo, haciendo que mi día se vuelva aún más oscuro con su pedido. Corto la llamada y me pongo en pie, haciendo que Francesca copie mi movimiento.

— Te acompañaré a la puerta.

— Adriano, estamos hablando.

— Tengo trabajo que hacer. — Sin pensarlo demasiado, Francesca toma la taza de café sobre el escritorio y me la lanza, fallando, la cerámica estalla contra la pared en mil pedazos mientras me grita.

— ¡Eres un imbécil!

— Voy a ignorar tus palabras como muestra de mi generosidad, ya que te veo algo alterada. — Me trago las ganas que me inundan de ponerla en su lugar por lanzarme la taza y suelto todo el aire. — La próxima vez espero que recapacites antes de actuar tan impulsivamente.

— Que te joda...

— Shh— la interrumpo. — Piensa bien lo que vas a decir.

Hecha una furia, Francesca abandona mi despacho. No me molesto en seguirla, ni importa donde vaya. Quizá debí ser más claro con en su momento, pero no es mi problema que no entienda o se lo haya imaginado tras ignorar sus mensajes.

Tomo el arma del primer cajón de mi escritorio guardándola en la parte interna de mi chaqueta, en su lugar. Tecleo un mensaje para Simone mientras tomo las primeras llaves que tocan mi mano al llegar al garaje, no me importa que coche conducir, solo llegar a mi destino.

Al llegar a la catedral de Nápoles, pido a uno de los hombres que me siguen por seguridad que se encargue de mi coche. Entre la multitud de turistas localizo a mi primo fumando al pie de las escaleras, no pasa desapercibido con su traje y su altura, pero ignora la mirada de los transeúntes.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora