Capítulo 46

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Gabriella

El cielo se tiñe de los restos naranjas del amanecer dejando una mañana soleada, aunque extrañamente fresca para la época en la que estamos. Abro la aplicación GPS en teléfono para buscar una farmacia cercana, antes de escribir a mi amiga porque olvidé el nombre de lo que debo comprar. María me envía una imagen, la muy vaga ha hecho la foto desde el sofá a la mesa y me cuesta media vida, o más bien a mí ojo, ver el nombre del medicamento por mucho zoom que esté haciendo. Me detengo ampliando la imagen y entrecerrando mis ojos con la pantalla pegada a mi cara, si no logro descifrar el nombre simplemente mostraré la imagen al farmacéutico y que se lo imaginé.

Algo frío se asienta en la base de mi cuello, contra mi nuca, provocando que quede paralizada cuando escucho el chasquido del seguro de un arma. Dejo caer mi teléfono por la sorpresa y aprieto los ojos con fuerza.

— Non puoi nasconderti da me, strega. (No puedes esconderte de mí, bruja.)

Trago grueso reconociendo la voz de Adriano a mis espaldas. He echado de menos ese sonido de barítono durante todo este tiempo, el corazón me late con fuerza en el pecho, la ansiedad mezclándose con la emoción contenida. En lo más profundo de mí ser, sabía que este encuentro era inevitable. En algún momento, en algún lugar, volveríamos a encontrarnos. Aunque me provoque una mezcla de alegría y temor a partes iguales tenerlo cerca, solo quiero rodearlo con mis brazos y enterrarme en su olor.

— El rubio no te queda nada bien.

Mira mi pelo, teñido desde hace meses, con gran desagrado. Es cierto que me queda horrible y además me hace más mayor. Según María, los cambios de imagen para superar una ruptura, son un mito y en nuestro caso un error. Aunque ella con su pelirrojo natural está preciosa, no como yo.

— No piensas decir nada— dudo si afirma o pregunta, su tono es totalmente plano.

Volteo enfrentándolo, veo como el arma queda frente a mi cara y mi respiración se altera solo de pensar en lo que podría hacer con ella. Fue claro con su amenaza, además, soy consciente de que ha apretado el gatillo tantas veces que una más no hará mella en su conciencia.

— Adriano— los ojos dorados de Adriano, ahora oscurecidos, están llenos de una mezcla de furia y decepción. Puedo sentir su enojo casi palpable en el aire, y eso me inquieta aún más que el hecho de tener un arma frente a mí. El hombre frente a mi parece totalmente un depredador.

— ¿Qué haces aquí Gabriella?— su pregunta está cargada de ira contenida, la que para mí es imposible que quede oculta a pesar del tono calmo que utiliza.

— Ahora vivo aquí, bueno, en cuanto encuentre una casa.

— No puedes hacer eso, acordamos que te irías lejos.

— Esto es lejos de Nápoles.

— También dijimos que no nos interpondríamos en el camino del otro.

— No he sido yo quién te ha buscado Adriano, es más, intenté evitarte. Hui del maldito hotel para no cruzarme en tu camino.

— Eso no es suficiente. No puedo estar tan cerca y a la vez tan lejos— gruñe frustrado y el miedo a que estalle de repente se vuelve real.

— Pues mátame, es lo que has venido hacer, ¿no?— tomo su mano y bajo su mano con el arma de la cara al pecho. — Pero hazlo mirándome a la cara, a ver si de verdad gana toda esa rabia que sientes.

— Hice todo lo que querías, Gabriella, y solo te pedí una cosa. ¿Tan malditamente difícil era estar lejos?

—Repito, en ningún momento te he buscado. Estás aquí porque has querido estarlo.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora