EPILOGO

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Gabriella

Guido Rossi está muerto, Isabella Vitale está muerta y lo más importante, Sabino Vitale también está muerto. Todos lo están. Saber que por ahora el tormento ha acabado es motivo de celebración. Nos hemos desprendido de esa gran losa que amenazaba con hundirnos en el lodo. Por ello, cuando Adriano me pidió que me arreglara y lo acompañase a un sitio, no dudé. Él quería celebrar, y yo no iba a privarle de ello, lo merecemos. Han sido unos meses terribles, con más altibajos que una montaña rusa.

Me decanto por un bonito vestido rojo de tirante fino largo con una abertura sobre el muslo, que parece encantar a mí marido. No lo dice cuando entra en la habitación y me encuentra frente al espejo recogiendo mi pelo en un moño bajo, pero me devora con la mirada mientras ocupa la silla acolchada junto a la ventana. Comienzo a colocar mis pendientes, lanzándole miradas a través del espejo, quiero que sea consciente que lo estoy viendo.

— ¿Te gusta lo que ves? — Pregunto mordiendo mi labio rojo a juego con el vestido.

—Es evidente, no era necesaria esa pregunta.

—Si te portas bien— digo poniéndome en pie y volteando para encontrarlo haciendo lo mismo, — más tarde podrás quitármelo.

—Eso ya lo sabía, Gabriella — se burla con las manos en los bolsillos. Es un pecado como le sientan a este hombre los trajes de tres piezas. — Por muy bonito que sea tu vestido y por muy bien que te veas en él, llegamos tarde, cariño.

Tiende su mano y la tomo. Me guía fuera de la habitación, mirando sutilmente sobre su hombro, sin decir palabras hasta llegar a su coche.

— ¿Sabes?— Comienza a decir mientras sostiene la puerta para mí. — Podría quitarte ahora mismo ese vestido, pero quiero que todos vean la mujer tan bella que tengo. Además, sería un desprecio no admirarte un poco más.

—Que descarado, piensas presumirme— la sonrisa que me regala me enamora un poco más. — Cuidado, cariño, quizá me vaya con otro, no me gusta tu arrogancia.

—Inténtalo siquiera.

Adriano, muy divertido esta noche, conduce su coche hacia una propiedad no muy lejana a la nuestra. Nuestra, que bien suena eso ahora que por fin he aceptado que somos una pareja. En fin. Cuando llegamos, cruza la verja y lleva el coche hacia el frente de la casa, donde hay muchos más coches por aquí, algunos incluso conocidos.

— ¿De quién es esta casa?— pregunto bajando del auto con cuidado de no pisar el bajo de mi vestido.

—Es la nueva propiedad de mi tío.

En lugar de entrar, caminamos por un lateral del edificio, al final de este nos recibe un gran jardín iluminado con farolillos y una larga mesa. Todos nuestros conocidos están aquí, con un ambiente festivo y relajado.

La mano de Adriano se mantiene en la parte baja de mi espalda todo el tiempo, guiándome por el jardín. Saludamos a los miembros de la Comisión hasta llegar a parte de los miembros de nuestra familia, pasamos de sus tíos a buscar a los más jóvenes, que se encuentran en la dirección opuesta.

—Pero que chico tan guapo— Bruno no duda en venir conmigo cuando estiro los brazos para robarlo de su padre. — ¿Cómo está mi hombrecito preferido?

Beso su carita mientras él ríe, es liberador darle amor, aunque su padre me mire sorprendido, quizá por mi voz estúpida, o quizá por mi descaro sabiendo que no se fía de mí, mientras María parece contenta.

— ¿Por qué ese niño está recibiendo más amor que yo? Ni has saludado, Gabriella.

—Cállate, Luca, mi ahijado es más mono. — Bruno abraza mi cuello y podría derretirme con él. —Y me quiere más. ¿Quién es tu tía preferida, cielo? Díselo a Luca.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora