Capítulo 44

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Gabriella

El clima húmedo me golpea cada vez que salgo de la habitación de hotel en la que estamos instaladas hasta encontrar una casa adecuada, esta vez lo haremos bien, aunque ya llevemos dos días aquí metidas. Podría quedarme recluida disfrutando del aire acondicionado un ratito más de no ser porque me ofrecí voluntaria para subir a cambiar el pañal del Bruno cuando volvimos de nuestra cita con la agente inmobiliaria mientras María pedía una mesa para comer.

Aún sigo sin entender como un cuerpo tan pequeño puede armar líos tan grandes y morir de risa por el camino. Lo digo en serio, mientras he estado al borde de vomitar el hijo de mi amiga se reía con mis arcadas.

Al menos ahora está limpio, siendo la cosita más adorable que he visto en mi vida. Aún cuanto me está golpeando con la maldita foca de peluche y metiéndola en mi boca cuando intento decirle boberías con voz idiota.

— Eres tan hijo de puta como la familia de tu padre— continuo con la voz empalagosa a la tercera vez que el maldito bicho peludo entra en mi boca y Bruno suelta una carcajada. — Eso es, solo espero que no recuerdes la palabra o tu mamá me matará.

— Mamá— suelta una risa y vuelve a estampar la foca en mi cara. — Fozca.

— Eso eso— sonrío satisfecha cuando lo que dice no tiene que ver ni un tercio a las malas palabras que digo delante de él. — Mamá es una foca, pero es un secreto.

Rezo cada día para que María no se entere de todas las cosas que le digo a su hijo, ya me habría matado. También la llamo sargento, mama gallina e intensa, pero creo que soy la favorita de Bruno porque aún no ha reproducido ni una.

En realidad adoro a este pequeño, es un maldito imán de miradas.

Aún sigo buscando en el los rasgos de mi amiga, pero todo lo que veo son parecidos con su padre. Los ojos igual de oscuros y con la misma forma, la nariz, los labios, el cabello. Dios, es un mini Aglieri repelente y adorable. Aunque he de admitir que de María ha heredado el parloteo incesante.

— ¿Gabriella?

Volteo ante la voz que me llama con desconcierto en mitad del pasillo hacia el restaurante, y me sorprendo con el chico a mi espalda. Llevaba, si no me equivoco, algo así como diecisiete meses sin verlo.

— Hola, Marco— doy mi mejor sonrisa acunando mejor a Bruno que toma un mechón de mi pelo entre sus manos y lo lleva a la boca. — ¿Qué haces por aquí?— pregunto en su idioma sabiendo que el chico no controla muy bien el español.

— Lo mismo podría preguntar...— el chico me mira extrañado pasando los ojos del bebé hacia mi repetidas veces. — ¿Cuando has tenido un hijo?

— Obviamente no es mío, es imposible que tuviera un hijo de esta edad si recuerdas como estaba la última vez que nos vimos.

Digamos que estuve hecha una mierda, pero el chico se ofreció a llevarme libros hasta que me recuperé, fui su excusa para poder abandonar su casa. Nadie sospecharía de adónde se dirigía si solamente iba a casa de sus primos.

— No soy bueno con las edades— se rasca la nuca recordándome a su tío.

— Desde ya te digo que es imposible. Además, se lo estoy cuidando a alguien.

— Entiendo...— guarda las manos en su bolsillo. — ¿Qué haces aquí?

— Podría preguntar lo mismo— respondo sacando mi pelo de las manos de Bruno que tiran con fuerza y dándole su chupete para que deje de babear mi pelo.

— Sabes que no es lo mismo.

— Es que realmente no estoy aquí, estás hablando con Teresa Gutiérrez.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora