Capítulo 34

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María

Las lágrimas de mi amiga me generan demasiado desazón, intento ayudar y parece que nada funciona. Miro a Adriano, encontrando en su cuerpo los mismos sentimientos que en el mío, son obvias su angustia y preocupación. Intento sonreír mientras digo palabras tranquilizadoras pero me temo que mi peor cara de aflicción está presente.

— Déjanos solos, por favor.

Sujeto la cara de Gabriella limpiando sus lágrimas que no dejan de caer y caer, dudo si es lo correcto, confío en que mi amiga estará bien, pero siento que estoy fallando. Vuelvo otra vez a mirar al hombre que besa la cabeza de ella, quizá necesite su espacio también...

Si estar completamente convencida de mi decisión salgo al pasillo, me quedo junto a la puerta mordiendo mis uñas con la vista clavada en ella.

— Deberías ir abajo, querida— me sobresalto al sentir la mano de Lorenzo Aglieri en mi espalda.

Estoy tan preocupada, que el ruido de mi cabeza lo llena todo, y no lo sentí llegar. Trago grueso conteniendo mis propias lágrimas y el hombre me da una sonrisa que no le llega a los ojos.

— Prefiero esperar.

Lorenzo asiente y se adentra en la habitación, sé qué es de mala educación, pero miro al interior y escucho su conversación apoyada en la hoja abierta de la puerta. Adriano es breve y no se separa de mi amiga. Si tío vuelve hacia mí y me lleva hacia fuera con él cerrando la puerta a sus espaldas.

— Ven conmigo.

— No, quiero quedarme aquí.

— Va a estar bien, te lo prometo— intenta tranquilizarme pasando las manos por mis hombros y finalmente pone su mano en la espalda animándome a caminar con él. — Es mejor que vengas conmigo y también te calmes un poco, Adriano puede cuidar de Gabriella. Está en buenas manos.

Asiento caminando con él hacia el salón donde espera su familia. Me guía hacia un sillón y antes de que pueda agradecer, su esposa está depositando una taza de té en mis manos. Lorenzo deja un apretón en mi hombro y se aleja para reunirse con hijo y su sobrino, quedo completamente sola, de las otras mujeres no hay rastro, tampoco de Marco.

La sensación de incomodidad va creciendo en mi anterior a medida que el calor de la bebida va llenando mi cuerpo. Busco mi bolso con la mirada y recuerdo de que quedó en el solárium, sin darle muchas vueltas voy por él y lo encuentro colgado en la silla que ocupé. Lo mejor es que me vaya y vuelva para preguntar por Gabriella mañana, el nudo en mi pecho es cada vez más grande y no solo por el estado de mi amiga. No es momento ni lugar para dar rienda suelta a todas mis lágrimas.

Vuelvo a la casa con la intención de despedirme mientras busco en mi móvil algún tipo de transporte que pueda venir a recogerme. Ya sólo queda ir a la percha por mi abrigo y habré sobrevivido a esta noche, que para nada es lo que esperaba.

— ¿Ya te vas?— pregunta Lorenzo— Hay habitaciones de sobra si quieres quedarte.

— No quiero molestar, vendré mañana si a Adriano no le importa — cambio el peso de los pies incómoda bajo la atenta mirada de Simone, pero sigue sin dirigirme la palabra.

— Puede llevarte mi hijo— lo miro y apenas sonrío antes de responder.

— No es necesario, pedí un taxi, me recogerá en el cruce del camino, así que es mejor que empiece a andar, me llevará unos minutos.

— Querida, te das cuenta de que es de noche y no es muy seguro, deja que te llevemos o al menos deja que te acompañe.

— No es necesario...

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora