Capítulo 70

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Adriano

Me acomodo en la cama y atraigo a Gabriella hacia mí, que se curruca en silencio contra mi cuerpo, descansa la cabeza sobre mi pecho y beso sobre su pelo. Su calor me envuelve, disfruto de su cercanía. Un gemido se oye a lo lejos y entonces, Gabriella habla.

— Creo que María y tu primo van a... —juguetea con los dedos de la mano de mi brazo inmovilizado. — Ya sabes, en tu sofá.

—Somos lo suficiente adultos como para hablar de lo que pasa, Gabriella.

— Luego nos sentaremos en ese sofá, — apoya su barbilla en mi pecho, conectando nuestros ojos, — sobre sus fluidos, Adriano. Flu-idos.

— ¿Crees que sería lo más asqueroso que he tocado?

— Son los bebés no natos de tu primo.

No puedo evitar reírme, sus cejas se fruncen molesta. Es tierna. Acaricio su pelo, sin comprender donde ve el problema, todos hemos hecho algo en el sofá de alguien y después ha habido quien se ha sentado encima.

— Si te quedas más tranquila, pediré que lo limpien o puedes comprar uno nuevo. — Asiente conforme y suspira juntándose aún más a mí, como si fuera humanamente posible. — Deberíamos dormir, quizá si lo haces rápido, no llegues a oír los gemidos.

Hace un sonido que identifico como una risilla, pero ambos permanecemos un largo rato en silencio. Ella sigue jugando con mis dedos y yo por más que lo intento, no puedo sacar de la cabeza el tema de Marco. Estoy ansioso, a la espera de que suene el teléfono y mi tío diga que lo encontró. Pero... ¿Y después qué? Las reglas establecen que deberíamos matarlo, pero no puedo evitar pensar en el daño que haría a mi familia, nunca se opondrán, aceptarán que es un traidor y la vergüenza. Sin embargo, el dolor seguirá existiendo. Por muy duro que haya intentado ser con él, aún recuerdo el primer día que mi prima lo trajo a casa, ese llanto en el que estalló cuando lo cogí en brazos.

La maldita ambivalencia.

Esa contradicción entre no poder evitar quererlo y al mismo tiempo, odiarlo hasta el punto de tener que acabar con su vida, no solo por la obligación, ni por el mensaje, odio la traición.

— Adriano...

— Dime, amore.

— Me siento un poco nerviosa. — Hace una pausa y rasca su cuello. — ¿Podrías darme...?

— Lo siento, amore, sabes que no. Fabrizio ya te dio lo que el médico pactó.

— Lo necesito ahora— está al borde de las lágrimas una vez más y su mano tiembla cuando la cierra en un puño. — Por favor.

Bien, más problemas.

— Puedo hacerte una infusión de valeriana o passiflora, creo que Fabrizio tiene de esas cosas en la cocina.

— Eso no ayuda a nada— sorbe.

— Claro que sí, espera aquí, verás.

Salgo de la cama y ella se sienta sobre esta, no me molesto en volver a vestirme, es mi casa y puedo ir en ropa interior. Además, me gusta cómo me mira mi mujer. Qué bien suena, mi mujer. No me canso de repetirlo.

Al pasar por el salón, no hay nadie, lo que me saca una sonrisa, podré quitarle la preocupación de los niños no natos a mi mujer. Preparo la infusión y vuelvo a la habitación, riéndome en silencio de todas las veces que me burle de Fabrizio por beber esta agua sucia. Le entrego la taza a Gabriella y me siento con ella hasta que termina, conversamos de todo y nada. Intento dejar de lado mis problemas, su prima o todo lo que se relacione con mi trabajo, darle esquinazo a esas conversaciones se vuelve complicada. Hay una fina línea entre lo personal y lo laboral, aun así, lo salvo hasta que finalmente se duerme.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora