Capítulo 75

58 5 0
                                    

Gabriella

Bebo mi primer maldito café en días, eternos y horribles días. Los escalofríos, temblores y nauseas han ido remitiendo, no han desaparecido, aun así siento una victoria llevar casi cuarenta y ocho horas siendo yo, tan normal. No puedo expresarlo claramente, pero estoy cerca de sentirme como antes con el sabor amargo golpeando mi lengua y el calor deslizándose por mi garganta. Es un pequeño paso

Me escondo tras mi taza mientras Fabrizio sigue dando voces al teléfono y ladrando órdenes. Lleva así horas, tampoco fue diferente cuando Simone estuvo aquí, entonces había dos italianos furiosos dando voces a alguien. Menos mal que el marido de mi amiga no duró mucho por aquí, comenzaban a darme dolor de cabeza. Aunque he de confesar que quiero un poquito de atención, resulta aburrido ser invisible.

— ¿Qué ha pasado?— pregunto cuando mi adorado cuñado cuelga el teléfono y queda parado frente a mí con una mano en su cadera. Me fulmina con la mirada y ni parpadeo.

— ¿Qué haces tomando café?— Su voz ahora es tranquila, con un toque gélido. — Primero, ya no son horas de beberlo; y segundo, nadie te ha dado permiso.

—Primero, deberías relajarte; — quiero reírme de la cara que tiene ahora mismo, — y segundo, soy mayorcita. Relájate un poquito, estás estresado.

— ¡¿Qué estoy estresado?!¡¿Qué estoy estresado?!— Debí decir furioso, le van a reventar las venas y contener la necesidad de golpear algo lo está poniendo rojo. — Mira, Gabriella— habla lentamente, muy tenso, — no es momento para bromas, así que voy a ser muy claro...

Calla cuando la voz de mi hermano llega desde la puerta. Supongo que sus palabras no iban a ser bonitas.

—Ser...— Luca mira entre uno y otro antes de pasar de un Fabrizio rojo explosivo a mí con una ceja alzada. — ¿Interrumpo?

—No, —doy un sorbo sin dejar de mirar a mí querido cuñado, —Sera, Luca.

— ¿Fabrizio?— Mi hermano le mira interrogante, a la espera de que hable. Ruedo los ojos.

—No puedo cuidar de tu hermana y ocuparme de todo. Voy a matar a mí hermano.

—A ti te podrías hacer la eutanasia — murmuró por lo bajo.

No estaba de mal humor, pero si a quien considero mi amigo, me trata como una carga, no puedo evitar sentirme ofendida. No he hecho absolutamente nada, es más, me he mantenido al margen desde que se marchó con un portazo y volvió con mil pulgas en la ropa interior.

— ¿Lo ves?

Mi hermano sonríe, joder, esa puta sonrisa tan familiar. Acorta la distancia Fabrizio con las manos en un gesto apaciguador.

—Ciccino, — mi mandíbula casi toca el suelo al oír como lo llama tan abiertamente, — cálmate. Todo va a ir bien, solo creen que tienen algo, es un daño colateral del que podemos salir. Simone ya está trabajando en ello.

—Es un golpe.

—No el más grande, — mi hermano me mira sobre su hombro y yo sigo atenta a su drama, como si fuera una de esas telenovelas que veía con mi madre en el hospital— A esa de ahí no le des importancia, está loca.

Me señala con su pulgar, a ciencia cierta sé que tiene una sonrisa en sus labios aunque no pueda verlo. Fabrizio parece calmarse mientras lo mira, hasta que vuelve a poner los ojos sobre mí ya terminada taza de café.

—Se puede quedar sola unos minutos, — aboga mi hermano, — no hará ninguna tontería. ¿Verdad, Gabriella?

—No prometo nada. — Recibo dos miradas mortales, pero ellos no me intimidan.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora