Capítulo 47

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Adriano

Alejarse de Gabriella no soluciona absolutamente nada, al contrario, me perturba cada vez más. Cada metro andado hace que mi ira bulla lentamente, cada vez más y más cerca del borde.

Fue una mala idea buscarla.

Con la mayor calma posible subo al ascensor, apoyo mi espalda contra el espejo del fondo y guardo mis manos en los bolsillos mientras no me pierdo ni un solo gesto de la pareja que monta conmigo. Ella es una chica bonita, tiene la piel tostada junto con un pelo oscuro y liso, que dan ganas de tocar. La pobre está de los más encantada con todas las chorradas que el hombre le dice que la acompaña, a la vista está que él es no es hombre de una sola mujer. No quiero ser venenoso, pero vi como miraba a las chicas que salieron del ascensor para dejarnos paso. Está orgulloso de su aspecto con su ropa de marca, el cabello bien peinado y la barba recortada. Muy seguro de sí mismo.

— No te lo creas, te engañará con alguna amiga— rompo mi silencio cuando el tipo le dice "te quiero" a la morena y deja un beso en sus labios.

— ¿A ti que te pasa idiota?

El ascensor timbra abriendo las puertas en la segunda planta y la chica arrastra a su acompañante diciendo que me ignore mientras ambos me regalan sus miradas más duras.

No llores en el futuro, bonita, te lo advertí. Me quedo con ganas de decir mientras les regalo un saludo burlón cuando se alejan sin dejar de mirarme.

Una vez solo en el receptáculo de metal cierro los ojos y dejó caer mi cabeza hacia atrás, solo espero que el frío del cristal me aclare las ideas, necesito calmarme. He estado a punto de disparar contra la mujer de mi vida cegado por la rabia, me alegro de haber tenido un momento de lucidez y saber, que de haberlo hecho, me hubiera odiado toda la vida.

Hay cosas que son más fácil decirlas que hacerlas. Matar a Gabriella era una de ellas.

Abandono el ascensor y camino hacia mi suite mientras busco la tarjeta de apertura en el bolsillo. Al abrir la puerta una música baja me recibe, no puedo evitar comprobar el número de la puerta por si me he equivocado, algo que realmente es imposible. Tomo el arma que cargo en la cintura y vuelvo a cerrar la puerta con el mayor cuidado posible.

Bueno, Adriano, un asesino no te pondría música.

La habitación me recibe y reconociendo al invasor devuelvo el arma a mi cintura. Apoyo el hombro contra la pared y guardo las manos en los bolsillos, la mujer rubia, vistiendo únicamente una bata acomodada en la cama, me recibe con una sonrisa cargada de intenciones. Lentamente Francesca se levanta y camina hacia mí desplegando toda su sensualidad.

— ¿Cómo has enterado?— detiene sus pasos a centímetros de mi cuerpo, con su mano derecha guarda un mechón de cabello tras la oreja para luego descansar la misma mano sobre mi pecho.

— Mentí en recepción, — sus dedos recorren los botones de mi camisa y ella mantiene su sonrisa— dije que era tu mujer y te enfadaría mucho si no me daban paso.

Le devuelvo la sonrisa, más asqueado de lo que me gustaría. La tomo por la nuca y sujeto su pelo mientras la acerco a mi boca. Recorro sus labios como tantas veces he hecho, sin sentir absolutamente nada.

Necesito sacar el sabor de Gabriella de mi sistema. Me recuerdo.

— Enfadado estoy, sí.

—Deja que te ayude con ello— su voz suena como un ronroneo, — he venido para estar contigo, Adriano.

Las manos de Francesca se encargan de hacer desaparecer mi ropa con suma calma, mientras que las mías están ocupadas buscando sus pechos bajo la bata. Mi tacto recorre su suave piel, que se eriza. Dejo que lengua viaje por su cuello, bajando hasta encontrara sus pezones y succionarlos, sus uñas se clavan en mi piel junto un susurro liberado. Pongo una estrecha distancia entre ambos sabiendo que la tengo justo donde la necesito. Busca una vez más mis labios y la dejo tomarlos por un corto momento guiándola hacia la cama sin romper el contacto.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora