Capítulo 66

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Adriano

La vuelta a casa no es agradable. Mi tío clava el pie en el freno para detenerse frente a la puerta mientras los neumáticos emiten un quejido sobre la graba, el movimiento me lleva hacia adelante por la brusquedad y apenas logro evitar golpearme. Mi zío baja a toda velocidad y me ayuda a bajar del coche junto a Bonani. Me siento mareado, un poco confuso y creo que tengo ganas de vomitar. Los escalofríos empezaron a mitad de camino, apenas los soporto. Nada mejora mientras me conducen al interior.

— ¡¿Que mierdas ha pasado?!— La voz de Fabrizio llega de alguna parte de la sala mientras me sientan en el sofá y todo gira para mí.

— No tiene buena cara— menciona Simone palmeando mi mejilla, si tuviera energía le estamparía el puño en la nariz.

— Lo dispararon. — Dice Lorenzo aburrido.

— Eso no explica el cristal que sale de su hombro.

— Tropezó intentando esquivar la bala y atravesó una ventana — explica Bonani con calma mientras el médico corta mi ropa. — Tranquilo, no llego a caer ni un piso, fue en el patio interior de la casa.

En ese momento llega Gabriella, pero apenas tengo tiempo de registrar lo que habla tras abrazar a su hermano y todas sus preguntas, sigo mareado y el medico tiene toda mi atención con esos fríos guantes manchándose de sangre.

— Se suponía que ibais a distraerlos, no a jugaros la vida.

— Bueno, decidimos entrar, era mejor llevarnos a algunos con nosotros— explica mi tío a Fabrizio, que lo mira con cara de querer arrancarle la cabeza.

— Había que aprovechar la desaparición de la policía — Lorenzo ríe sin ganas junto a mí, al tiempo que ayuda al médico de nuestra familia a inspeccionar las heridas.

— No bromees.

— No lo hace, — muerdo mi labio cuando el hombre toca son sus guantes el pedazo de cristal, — era una trampa, alguien dio el maldito chivatazo una vez más.

— Tiene sentido— dice Simone apartando a su hijo que se dirige hacia a mí con la foca de peluche.

— Eso no explica la estupidez de contraatacar.

— Todos estábamos de acuerdo — le grita de vuelta Bonani, cansado.

— Hablaremos de eso más tarde— asegura mi tío mientras me obligan a moverme. Siento el dolor desde el hombro a la punta de los dedos. — Tienes que apurarte— le pide al médico.

— La bala no ha tocado ningún tendón, ni vaso sanguíneo tampoco, tiene entrada y salida y solo desgarro el músculo, me preocupa más el cristal.

— Voy a llevar a María y a Bruno a casa, — dice Simone—, es mejor que no vean esto, nos vemos más tarde en la bodega.

— Llévate a Gabriella.

— No, no, — interrumpe la mencionada, — yo me quedo.

— No me apetece discutir.

Dejo caer la cabeza en el respaldo del sofá tragándome el dolor. Veo como Renato Mariani, el médico, comienza a cargar una jeringa con un bote que extrajo de su maletín.

— ¿Qué hace?

— Le pondré un poco de anestesia.

— No es necesario.

— Adriano— habla con seriedad usando mi nombre de pila, algo que nunca antes hizo, — va a doler, incluso podría desmayarse.

— Sin nada o no lo hagas, llamare a otro que se encargue.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora