Capítulo 18

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Gabriella

— Tienes que ayudarme —me inclino para mirar a Simone hablando por teléfono en el balcón del apartamento.

— Pufff, claro.

Voy al baño y tomo el kit de arreglo de uñas, busco la tijera y la limpio con alcohol, vuelvo al salón, tomo la mano de María y la arrastro hasta la habitación.

— Vas a quitar los puntos y sacar la mierda que me pusieron.

— Espera, espera, espera. ¿¡Que?! ¿De qué estás hablando?

— Me salte la parte en la que hace un rato me colocaron un rastreador, porque ajá, mi padre lo vio como un método para que no desaparezca— mi amiga está alucinando, no puede abrir más los ojos sin que se caigan de su cara. — Es una mierda molesta que no quiero ahí y que tú vas a sacar.

Extiendo en su dirección las tijeras y ella las mira con recelo antes de envolver sus dedos en ellas.

— Así de fácil ¿no?— asiento—Esto es como mínimo más antihigiénico que toser a alguien en la cara. ¡Estás loca!

— Creo que hay cosas en el baño para ayudarte, espera.

Vuelvo al baño, asegurándome por el camino que el italiano sigue a lo suyo, creo recordar que hay un botiquín en el armario y no tardó mucho en localizarlo. Pone que la mitad de las cosas en él están caducadas, pero supongo que no será peor que tener nada, lo tomo entre mis brazos y corro a la habitación.

—No me puedo creer que vaya a jugar a las operaciones...—dice María cuando la entrego unos guantes desechables.

- Ojalá que sea el mejor juego de tu vida.

Me quito la camiseta y me siento en la cama, mi amiga se pone a mí espalda y la oigo resoplar tres veces antes de quitar el apósito.

— Diosito, esto tiene mala pinta...

—María, está cosido de hace un rato.

— Debo confesarte que mis padres nunca me compraron el juego de operaciones por mi falta de pulso. ¿Y si acabo cortándote una oreja?

— Solo hazlo y lo pienses más.

Corta los puntos con las manos temblorosas, siento cada pequeño temblor con sus movimientos. El dolor y las náuseas vuelven, incluso doy un pequeño salto y María se detiene. Nunca he sido fan de las heridas suturadas ni de las fracturas abiertas.

—Creo que voy a vomitar, —dice colocando una gasa bajo el corte. — ¡Ay no puedo mirar!

— Ni se te ocurra cerrar los ojos, estás atentando contra mi vida.

— Sale sangre— lloriquea haciendo una arcada.

—Es lo lógico ¿no? Ahora mete los dedos y sácalo.

— ¿Es broma, verdad?

— No pensarías que caería solo...

— Ni siquiera lo pensé. Y no estoy segura de que sea lo que estoy viendo.

Por el rabillo del ojo veo su mano un poco manchada de sangre sacar las pinzas que trae el botiquín, no quiero mirar directamente, ni pensar más en lo que va a hacer.

—Solo hazlo o vomitaremos las dos a este paso— tomo un cojín de la cama y lo pongo en mi cara, lo empiezo a morder cortando un gemido de dolor cuando mi amiga introduce las pinzas. Es asqueroso sentirlas. Los segundos duran años luz y cada vez estoy más segura de que no aguantaré.

— ¡Lo tengo!— Grita animada.

—Shhhhhhhhhh.

— Perdón, es que apenas se veía.

Inevitable DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora