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Las primeras horas de la mañana en el bar eran las más tranquilas. No había clientes aún, y el lugar estaba sumido en un silencio acogedor, roto solo por el ocasional tintineo de los vasos y el sonido de la cafetera en funcionamiento. Aprovechando la calma, me dirigí a la cocina del bar, sabiendo que tenía unos minutos antes de que comenzara la oleada de clientes del desayuno.

Con rapidez, preparé algo sencillo: una tostada con mantequilla y mermelada, acompañada de un café negro. Era una rutina que había aprendido a manejar en los escasos momentos de tranquilidad, cuando el bullicio del servicio aún estaba por llegar.

Mientras el café goteaba y el aroma del pan recién tostado llenaba el aire, me apoyé en la barra, observando el lugar desierto. Aproveché estos minutos para respirar profundamente y despejar la mente del cansancio acumulado de la noche anterior. La soledad del bar en ese momento era un alivio, un pequeño espacio de paz antes de la agitación habitual.

Cuando el café estuvo listo, serví la bebida en una taza y me senté en una esquina del mostrador, donde podía ver el bar vacío. La tostada aún estaba tibia, y el simple acto de comer en este entorno tranquilo era un pequeño lujo en medio de una vida llena de responsabilidades y trabajo.

Cada bocado y sorbo me daba la oportunidad de recargar energías, aunque de manera apresurada. No había mucho tiempo antes de que los clientes empezaran a llegar, y el ritmo del bar cambiaría drásticamente. Mientras comía, me permití unos minutos de calma, observando cómo el bar empezaba a despertar a su propia rutina, preparándose para la llegada de los primeros clientes del día.

El momento de tranquilidad fue breve, pero suficiente para darme un respiro antes de enfrentar la próxima jornada. Con cada bocado y sorbo de café, me preparaba mentalmente para el bullicio que se avecinaba, sabiendo que estos pequeños momentos de calma eran lo que me ayudaba a mantenerme en pie en medio del ajetreo.

La mañana había transcurrido en un ritmo constante, con la rutina de preparar café, servir desayunos y atender a los primeros clientes del día. El bar, aunque ocupado, mantenía una atmósfera manejable. Sin embargo, todo cambió cuando un grupo entró por la puerta, llamando la atención de casi todos los presentes.

El bullicio comenzó a elevarse, con miradas curiosas y murmullos de sorpresa. No pude evitar sentir una oleada de intriga al ver cómo el grupo se movía con un aire de energía que contrastaba con la calma de la mañana. Me dirigí hacia el área de la barra para observar mejor, intentando descubrir qué había causado tanto revuelo.

Cuando el grupo se acercó a una de las mesas cerca de la ventana, mis ojos se encontraron con una figura familiar. Allí estaba ella: la chica morena de la bolera, justo como la había visto la noche anterior. Esta vez, estaba acompañada por las mismas personas que habían estado con ella el día anterior. El grupo se movía con una animación palpable, su risa y charla llenando el bar con una presencia vibrante.

La chica morena era imposible de ignorar. Su sonrisa se extendía fácilmente mientras conversaba con sus amigas, su energía parecía iluminar la mesa. A pesar de la multitud y el ruido, mi mirada no podía apartarse de ella. Era como si la calma de la mañana hubiera sido interrumpida por su sola presencia.

Noté que ella también estaba observando a su alrededor, asimilando el ambiente del bar mientras sus amigas se acomodaban. Su actitud relajada y su risa contagiosa parecían contrastar con el estrés y la prisa que solían caracterizar mi día a día en el bar. A medida que el grupo se asentaba, el bullicio se convirtió en una parte más del ritmo del lugar, pero el impacto de ver a la chica morena de nuevo seguía siendo significativo.

Aproveché un momento libre para acercarme a su mesa, con el propósito de tomar su pedido. Al acercarme, me sentí un poco nerviosa, como si ese encuentro repentino fuera una señal de algo más. Intenté mantener mi profesionalismo mientras tomaba su pedido, pero no pude evitar sentir que, a pesar del ruido y el movimiento a mi alrededor, el breve momento de conexión que habíamos tenido la noche anterior estaba influyendo en mi percepción de esta mañana.

Mientras tomaba nota de sus bebidas y alimentos, nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Aunque esta vez era en un contexto completamente diferente, la chispa de reconocimiento y la familiaridad de la noche anterior parecían seguir presentes, como un eco que resonaba en medio del bullicio del bar.

Después de tomar el pedido, me dirigí de vuelta a la barra, aún sintiendo una pequeña sonrisa en mi rostro. La chica morena y su grupo habían transformado el ambiente del bar con su energía, y aunque el trabajo continuaba, la presencia de ella seguía siendo un punto focal en mi mente. Mientras el bar se llenaba de vida y actividad, me pregunté si este encuentro traería consigo algo más en el futuro o si simplemente sería un recuerdo más de un día común en mi ajetreada vida.

Jana

Después de un entrenamiento largo las chicas y yo decidimos ir a tomar algo a un bar cercano, necesitábamos relajarnos un rato y hablar entre nosotras para simplemente estar entre amigas en un lugar que no fuese dentro del campo.

Fue entonces cuando ya dentro del bar vi a la chica de la bicicleta aparecer detrás de la barra, el reconocimiento fue instantáneo. Me quedé paralizada por un momento, observando cómo se movía entre las mesas, atendiendo a los clientes con una eficiencia que me sorprendió. La sorpresa y la confusión se entrelazaron en mi mente, porque la había visto la noche anterior trabajando en la bolera y ahora estaba aquí, en el bar, como si fuera parte de un curioso entrelazamiento de mundos.

El momento en que se acercó a nuestra mesa, con una libreta en la mano y una sonrisa profesional en el rostro, me dejó sin palabras por un instante. El cansancio en sus ojos era palpable, pero aún así mantenía una actitud amable y atenta. La imagen de ella, vestida con el uniforme del bar, contrastaba marcadamente con la del día anterior en la bolera. Era casi como si el tiempo y el espacio se hubieran estirado para darle lugar a este encuentro tan inesperado.

A medida que se acercaba, sentí un torbellino de emociones. Por un lado, estaba la admiración por su capacidad para manejar múltiples trabajos con tanto esfuerzo y profesionalismo. Por otro, había una sensación de intriga que no podía negar. Me preguntaba cómo lograba equilibrar todo esto y qué historias había detrás de esa dualidad en su vida. La fascinación por su presencia en un entorno tan diferente al de la noche anterior me hizo sentir como si estuviera viendo un pequeño enigma en movimiento.

Cuando me dirigió la palabra, su tono era amable y familiar, pero había una cierta falta de energía que, a pesar de su esfuerzo por parecer fresca y profesional, no pasaba desapercibida. Sentí una mezcla de simpatía y admiración. La forma en que manejaba la situación, con esa sonrisa constante y su actitud servicial, me hizo darme cuenta de lo duro que debía ser para ella. La brevedad de nuestra conversación hizo que me preguntara cómo era posible que pudiera mantener un equilibrio entre estos dos trabajos tan exigentes.

Mientras me esperaba a las bebidas en la mesa con mis amigas, no podía evitar observarla. A medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de un detalle que al principio había pasado desapercibido: siempre llevaba una gorra. La gorra no era un accesorio ordinario, sino que parecía ser una parte integral de su apariencia y de su personalidad.

Cada vez que la veía moverse entre las mesas o detrás de la barra, la gorra se mantenía firmemente en su lugar. Era una gorra simple, de un color neutro, pero se ajustaba perfectamente a su estilo. La forma en que la llevaba parecía casi natural, como si fuera una extensión de ella misma. La gorra mantenía su pelo pelirrojo y ondulado en su sitio, sino que también parecía ser un elemento distintivo de su identidad.

Este pequeño detalle me empezó a fascinar. En una extraña manera, la gorra se había convertido en un símbolo de su personalidad, una especie de firma que la diferenciaba de las demás. Había algo atractivo en la forma en que la llevaba con tanta seguridad y familiaridad. No era solo un accesorio, sino una parte esencial de su presencia.

Esa imagen de ella, tan decidida y con una gorra que parecía formar parte de su carácter, me resultaba intrigante y, de alguna manera, atractiva.
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Otro encuentro, ¿Harán algo ahora o lo dejarán pasar?

Ana🫂gorras

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora