LVI

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La mañana había sido larga y silenciosa en la casa, al estar Ana en urgencias no nos permitieron quedarnos en el hospital y tuviemos que volver. Acaso para pasar la noche, el tiempo se arrastraba con una pesadez que parecía haberse apoderado de cada rincón. La preocupación por Ana había sido constante, y la incertidumbre de no poder estar a su lado mientras se recuperaba pesaba sobre nosotros. Después de una noche de descanso forzado en casa, me encontraba de vuelta en la cocina, preparando algo para comer, aunque el apetito me había abandonado.

Jan había estado a mi lado durante todo el tiempo. Su rostro aún llevaba la marca de la preocupación y el cansancio, y el silencio en la casa era interrumpido solo por los ocasionales ruidos de la casa. Era evidente que ambos estábamos ansiosos por volver al hospital y ver a Ana, pero sabíamos que el día tenía que seguir adelante, y las rutinas no podían detenerse por completo.

Por la mañana me encontraba en la cocina cuando Jan, con su mochila de colegio al hombro, se acercó a mí con una expresión que mezclaba esperanza y ansiedad.

—Jana —dijo con voz suave—, ¿crees que podremos ir a ver a Ana esta tarde, después del colegio?

Me detuve en seco, el cuchillo en mi mano paralizado por un momento. Miré a Jan, tratando de ofrecerle una sonrisa que enmascarara la preocupación que sentía en el fondo.

—Claro que sí, Jan —le respondí con voz firme—.Cuando salgas del colegio, iremos al hospital. Vamos a estar allí tan pronto como podamos.

Jan asintió lentamente, un atisbo de alivio apareciendo en su rostro. Sabía que la promesa de poder ir al hospital era un pequeño rayo de esperanza en medio de la ansiedad que ambos sentíamos. Su sonrisa, aunque débil, era una señal de que el simple hecho de tener algo por lo que esperar le daba algo de consuelo.

—Gracias, Jana —dijo con un susurro—. Me siento un poco mejor sabiendo que vamos a poder ir.

Me acerqué a él y le di un abrazo rápido, tratando de transmitirle el apoyo que necesitaba en ese momento. Sentía su tensión y su angustia, y quería hacer todo lo posible para aliviar al menos un poco de su carga emocional.

—Vamos a hacer todo lo posible por estar allí para ella —le aseguré—. Vamos a mantenernos fuertes y positivos. Ana necesita que estemos a su lado.

Después de que Jan se fuera al colegio, la casa se llenó de un silencio inquietante. La rutina diaria se sintió casi irreal en comparación con la angustia que sentía por Ana. Me dediqué a las tareas del hogar, pero mi mente estaba en el hospital, en la habitación de Ana, esperando con ansias la tarde para volver a estar a su lado.

El sol estaba en su punto más alto cuando por fin llegué al campo de entrenamiento. La brisa fresca y el ruido constante de los balones rebotando en el césped me dieron una sensación de normalidad, un respiro de la angustia que había vivido en las últimas horas. Sin embargo, a pesar de la familiaridad del entorno, no podía sacudirme la preocupación que me envolvía. Ana estaba en el hospital, y mi mente no podía dejar de regresar a ella, sin importar cuán enfocada intentara estar en el entrenamiento.

Me uní al grupo, y el entrenador, que ya estaba dando instrucciones, me lanzó una mirada rápida. El entrenamiento comenzó, y me sumergí en la rutina con una intensidad que casi me sorprendió. Era como si intentara canalizar toda mi ansiedad y preocupación a través de cada pase, cada carrera y cada tiro. Mi cuerpo estaba en movimiento, pero mi mente seguía atrapada en el hospital. Cada ejercicio lo abordaba con una fuerza desmesurada, casi agresiva, como si el fútbol pudiera ser una forma de escapar de la dolorosa realidad.

Mis compañeras empezaron a notar mi comportamiento errático. Alexia, siempre atenta observó cómo me movía con una energía frenética, chocaba con el balón con una intensidad que parecía más impulsiva que técnica. Mi forma de jugar estaba lejos de mi habitual precisión, y cada movimiento parecía cargado de frustración y desesperación.

Durante el descanso de hidratación, mientras el grupo se agrupaba cerca de la botella de agua, Alexia se acercó a mí con una expresión de preocupación en el rostro.

—Jana, ¿estás bien? —preguntó, su tono suave pero cargado de inquietud—. Te he visto un poco fuera de ritmo hoy. Estás dándolo todo con demasiada fuerza.

Su pregunta me hizo tensar el cuerpo. Intenté forjar una sonrisa, pero sentí que mi irritación crecía. La última cosa que necesitaba en ese momento era una intervención más.

—Todo está bien, Alexia —respondí, tratando de mantener mi voz controlada—. Solo necesito concentrarme un poco más. No es nada.

Pero Alexia no se movió. Me miró con una mezcla de compasión y determinación.

—No es solo eso, Jana. Te he visto antes, y no estás bien. ¿Qué está pasando?

Su insistencia fue como una gota que colmó el vaso. Mi paciencia se agotó y, de repente, me encontré a punto de explotar. Sentí que la rabia y la desesperación se liberaban en un torrente incontrolable.

—No lo entiendes—exclamé, mi voz quebrándose—. No puedo concentrarme en nada porque mi novia está en coma en el hospital. Cada minuto me siento más impotente, y no puedo evitar que todo esto me afecte. Estoy tratando de usar el fútbol para olvidarlo, pero no puedo, no sé si cuando vuelva a ir a verla ella seguirá allí o no.

El grupo dejó de hablar, y el campo de entrenamiento se sumió en un pesado silencio. Las palabras que había estado reprimiendo salieron en un torrente incontrolable, y el peso de la angustia y la tristeza que llevaba dentro parecía desbordarse.

Alexia, al ver mi angustia, se acercó y me rodeó con un abrazo reconfortante. Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos, y sentí cómo todo el peso emocional se liberaba en ese abrazo.

—Lo siento, Jana —dijo Alexia suavemente—. No sabía que estabas pasando por esto. No tienes que soportarlo sola. Estamos aquí para ti, y si necesitas hablar o simplemente estar sola, lo entenderemos.

Sus palabras me dieron un alivio inesperado. La preocupación que había llevado conmigo durante tanto tiempo parecía desvanecerse un poco en ese abrazo. Aunque las lágrimas seguían fluyendo, sentí una chispa de consuelo en saber que no tenía que enfrentar mi dolor en solitario.

—Gracias —dije entre sollozos—. Solo necesito estar aquí y encontrar una manera de sobrellevar esto. Gracias por entenderlo.

El entrenamiento se reanudó lentamente, con una nueva comprensión en el aire. Aunque mi mente seguía en el hospital, el apoyo de mis compañeras me ofreció un breve respiro en medio del caos emocional que estaba viviendo.
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Pobre Jana😭

En el siguiente veremos a Jana desahogarse más😞

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora