XXV

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Ana

Volver a casa después de lo que había ocurrido en el parque fue un golpe brutal de realidad. La bicicleta crujía bajo el peso de mi tristeza mientras pedaleaba lentamente hacia mi hogar. La noche había caído por completo y la ciudad estaba envuelta en un silencio que solo se veía interrumpido por los ruidos ocasionales de la calle. En medio de esa calma, mi mente estaba llena de caos y dolor, y el regreso a la rutina diaria se sentía como un castigo cruel.

Al llegar a la puerta de mi casa, me detuve un momento antes de entrar. La familiaridad del lugar, que había sido un refugio en otros tiempos, ahora parecía una prisión. Con un suspiro profundo, abrí la puerta y me encontré con el mismo panorama de siempre: el olor a tabaco y alcohol que llenaba el aire, una constante que me recordaba la monotonía de mi vida.

Mi padrastro estaba en el sofá, tambaleándose levemente mientras murmuraba incoherencias, una botella de licor en la mano. Su presencia era una sombra constante en mi vida, pero el peso de su estado se sentía aún más intenso esta noche. La sensación de su borrachera, la misma que había aprendido a ignorar en el pasado, ahora era un recordatorio agudo de lo que había estado tratando de escapar.

Me moví en silencio, tratando de no hacer ruido para evitar cualquier confrontación. No quería que me hablara ni que interfiriera en mi estado de ánimo ya destrozado. Lo único que deseaba era encontrar un momento de paz, aunque fuera fugaz.

Caminé por el pasillo con cuidado, mis pasos apenas un susurro en la casa vacía.
Al llegar a la puerta de la habitación de mi hermano, me detuve un momento. Su presencia allí, en ese pequeño rincón de la casa, era un recordatorio de que, a pesar de todo lo que había ocurrido, aún había algo de normalidad en mi vida. La luz tenue que se filtraba por la rendija de la puerta era reconfortante y me ofrecía un pequeño respiro en medio de mi tormenta emocional.

Empujé suavemente la puerta y entré en su habitación. Jan estaba acostado en su cama, envuelto en las mantas, con una expresión tranquila en su rostro. Era evidente que estaba en un sueño profundo y pacífico, ajeno a la tormenta que había sacudido mi mundo. Me acerqué lentamente, sin querer despertarlo de manera brusca, pero necesitaba hablar con él antes de que me desmoronara por completo.

—Jan —susurré suavemente, tratando de despertarlo con la menor intrusión posible. Pasaron unos momentos antes de que sus ojos se abrieran lentamente, y él me miró con sorpresa y algo de confusión—. Ey, despierta un poco, peque. Necesito hablar contigo.

Jan se desperezó, frotándose los ojos y ajustándose las sábanas. Su expresión se volvió más alerta a medida que me veía, y noté la preocupación que crecía en su rostro al ver la seriedad en el mío.

—¿Qué pasa, Ana? —preguntó, aún medio adormecido.

Tomé una respiración profunda, tratando de mantener la calma a pesar del dolor que sentía. No era fácil encontrar las palabras adecuadas, pero sabía que tenía que ser honesta y cuidadosa en cómo se lo decía. Me senté en el borde de la cama, mi voz temblando ligeramente mientras intentaba transmitir lo que había ocurrido de la manera más suave posible.

—Jan, necesito decirte algo muy importante —empecé—. Lo que ha pasado hoy es muy duro, y sé que puede ser difícil de entender.

Jan se incorporó un poco en su cama, su mirada fija en mí con un aire de preocupación creciente.

—¿Qué pasa? —insistió.

—Mamá... mamá ya no está con nosotros —dije, con un nudo en la garganta que casi me impidió seguir—. Ella ha fallecido.

El rostro de Jan se transformó de sorpresa a confusión, y luego a una tristeza palpable. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras digería la noticia.

—¿Cómo? —preguntó, su voz quebrándose—. ¿Cuándo pasó eso? ¿Por qué no me lo has dicho antes?

—Lo siento, Jan —dije con un susurro—. No sabía cómo decírtelo. He tenido que lidiar con esto de repente y, honestamente, no sabía si sería mejor decirte antes o después. Pero ahora, lo más importante es que lo sepas y que estemos juntos en esto.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y su expresión de dolor se parecía mucho a la mía. Me extendió los brazos, buscando consuelo, y me incliné para abrazarlo con fuerza. El contacto físico, aunque no resolvía el dolor, era un pequeño consuelo en medio de la tormenta.

—No sé qué hacer ahora —murmuró Jan—. Mamá no está aquí. ¿Qué hacemos sin ella?

Le acaricié la cabeza, tratando de ofrecerle el consuelo que ambos necesitábamos en ese momento. La pérdida era inmensa y la incertidumbre era abrumadora, pero sabíamos que teníamos que encontrar la manera de seguir adelante.

—Vamos a tener que enfrentar esto juntos —le dije—. No tenemos todas las respuestas, pero vamos a apoyarnos mutuamente. Mamá quería que estuviéramos bien, y eso es lo que debemos intentar.

Nos quedamos abrazados un buen rato, el silencio de la habitación llenándose con el sonido de nuestros sollozos y el consuelo de estar juntos en medio de la tristeza. La rutina de la casa, que había sido una especie de refugio en el pasado, ahora parecía un recordatorio de la vida que habíamos perdido. Pero en medio de todo, el apoyo mutuo y el amor que compartíamos eran una pequeña luz en la oscuridad de nuestro dolor.

Con el tiempo, Jan y yo nos separamos, y él se acurrucó nuevamente en su cama, aún temblando. Me levanté con cuidado, deseando dejarle un espacio para que pudiera procesar la noticia y encontrar algo de paz en el sueño. Salí de la habitación, mi propio dolor y agotamiento se sentían aún más profundos ahora que había compartido la verdad con él.

Caminé de regreso a mi habitación con pasos pesados, sintiendo el peso de la realidad y la tristeza en cada movimiento. La casa estaba llena de los ecos de la vida cotidiana, pero ahora parecía un lugar diferente, lleno de recuerdos y vacíos. Mientras me acomodaba en mi cama, traté de encontrar algo de consuelo en la familiaridad del espacio, aunque el dolor seguía siendo una presencia constante.

La noche se adentraba en un silencio opresivo, y me envolví en la manta, buscando un poco de consuelo en el tejido. A pesar de la pérdida y el dolor, sabía que debía encontrar la fuerza para seguir adelante, para apoyar a mi hermano y para enfrentar la realidad de nuestra vida sin nuestra madre. La rutina de la casa y la familiaridad del entorno estaban ahí, pero ahora, más que nunca, eran un recordatorio doloroso de la fragilidad de la vida y del amor que había que valorar mientras estaba presente.
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Más momentos tristes😞

Veremos qué va pasando en los siguientes capítulos

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora