LIV

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Tercera persona

Ana estaba tendida en la cama del hospital, envuelta en un silencio inquietante. Su piel había perdido todo rastro de color y sus labios estaban pálidos, casi translúcidos. En el entorno del cuarto de urgencias, el zumbido constante de los monitores y el incesante paso de enfermeras y médicos contrastaban con la calma inquietante que emanaba de ella.

De repente, su cuerpo se sacudió en una tos violenta. Unas manchas rojas comenzaron a aparecer en las sábanas blancas mientras Ana tosía sangre. La visión del líquido escarlata corriendo por la comisura de sus labios hizo que el equipo médico se movilizara con rapidez.

El Dr. Martínez, un cirujano experimentado, era el primero en llegar al lado de Ana. Su rostro, normalmente sereno y confiado, mostraba signos de creciente preocupación. Sus manos se movían con precisión al ajustar los tubos y monitores, mientras observaba la forma en que la sangre fluía fuera del cuerpo de Ana. Los demás enfermerosse encargaban de los detalles menores, como cambiar las sábanas manchadas y preparar los equipos necesarios, pero sus rostros reflejaban la gravedad de la situación.

—¡Rápido, necesitamos un transfusión de sangre! —ordenó el Dr. Martínez con una voz firme, pero con una clara nota de ansiedad.

El Dr. Hernández, un especialista en medicina de emergencias, se acercó y, al ver la situación, su rostro se volvió sombrío. Observó los resultados de los monitores y, sin decir una palabra, comenzó a realizar una serie de maniobras para estabilizar a Ana. Su expresión era un reflejo de la urgencia del momento.

—La perdemos —murmuró el Dr. Hernández, con una resignación que cortó el aire en la sala. Las palabras, aunque en voz baja, resonaron con la gravedad de una sentencia.

A medida que el tiempo avanzaba, el esfuerzo del equipo no parecía ser suficiente. Ana seguía tosiendo sangre, y sus signos vitales fluctuaban descontroladamente. Las decisiones se tomaron con rapidez y determinación. El equipo sabía que, para darle a Ana la mínima posibilidad de sobrevivir, era necesario actuar de inmediato.

—Prepárenla para el quirófano —dijo el Dr. Martínez, dirigiéndose a las enfermeras que se apresuraban a cumplir con la orden. Cada movimiento se hacía con precisión y velocidad, desde el traslado de Ana a la mesa quirúrgica hasta la preparación del equipo quirúrgico.

Jana

Estaba en la sala de espera, sentada en una de las sillas de plástico, pero no podía sentir el contacto del asiento. Mi mente estaba demasiado agitada, mi cuerpo demasiado tenso. Los sonidos del hospital, los murmullos lejanos, y el zumbido constante de los monitores parecían lejanos y distantes. El único pensamiento claro en mi cabeza era Ana, y el miedo a perderla era una sombra constante que nublaba mi visión.

De repente, la puerta de la sala de emergencias se abrió de golpe. Vi cómo un equipo de médicos y enfermeras salía apresuradamente con una camilla en la que estaba Ana. Mi corazón se detuvo por un momento al ver la expresión de urgencia en sus rostros. La camilla avanzaba a gran velocidad, y Ana estaba inmóvil, conectada a numerosos cables y tubos. Un par de manchas de sangre en las sábanas blancas aumentaron mi desesperación.

En ese instante, vi a Jan levantarse de su asiento. Sus ojos estaban llenos de terror y determinación.

—¡Ana! —gritó Jan, con intención de acercarse a los médicos , tratando de alcanzar a su hermana.

—¡Jan, no! —le grité, corriendo hacia él. Agarré su brazo con fuerza, deteniéndolo. Sentía el temblor en su cuerpo, y su dolor me atravesaba como una aguja afilada—. Tienes que quedarte aquí. No podemos hacer nada más en este momento. Ellos están trabajando en ella, y lo único que podemos hacer es esperar.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora